Por Ana Luisa Guerrero
Ciudad de México. 20 de abril de 2017 (Agencia Informativa Conacyt).- Grandes “escándalos éticos” como la pobreza, el hambre y la falta de agua potable están consumiendo a la humanidad y acabando con el orbe. Para Bernardo Kliksberg, referente mundial en temas de pobreza, su origen es la desigualdad.
El uno por ciento de la población mundial posee más riqueza que el 99 por ciento restante, según la organización internacional Oxfam; en tanto que darle a un niño los seis micronutrientes que necesita para dejar atrás la desnutrición implica una inversión de 0.6 centavos de dólar, cada segundo se gastan 1.5 millones de dólares en armas.
Economista, sociólogo, profesor, escritor, consultor y asesor, el fundador de la nueva disciplina llamada Gerencia Social, Bernardo Kliksberg, es un convencido de que la suma de capacidades puede contribuir a acabar con las escalofriantes cifras de más de 800 millones de seres humanos en situación de hambre severa y dos mil millones con “hambre silenciosa”.
Proveniente de una humilde familia argentina, este pensador y actor social asegura que los adelantos científicos y tecnológicos abren un abanico de posibilidades para enfrentar estos desafíos mundiales.
Por ejemplo, los desarrollos en biotecnología y en mejores técnicas de cultivo ofrecen posibilidades de producir alimentos para 10 mil millones de personas, cuando en el planeta habitamos siete mil millones. No obstante, a diario siguen muriendo 16 mil niños menores de cinco años por causas evitables.
Es por ello que, asegura, es preponderante levantar la voz y conjuntar las voluntades y acciones de todos los sectores sociales, económicos, políticos y académicos, a fin de aquellos a los que se les ha excluido tengan mejores condiciones de vida.
Bernardo Kliksberg es un vivo ejemplo de que por convicción, las causas sociales pueden tener gran impacto. Su preocupación por “los desprotegidos” le viene de la infancia, promovido por sus padres Clara y Eliezer Kliksberg, ambos escritores. A la fecha, su descendencia sigue ese legado de compromiso social.
Dotado de una excepcional memoria, el asesor de organismos internacionales como ONU, PNUD, Unesco, Unicef, FAO, la Organización Mundial de la Salud, la Organización de Estados Americanos y la United Nations Volunteers, entre otras, dice que no hay ayuda ni proyecto pequeño, siempre que esté enfocado en “encender una luz” en medio de esta oscuridad.
Agencia Informativa Conacyt (AIC): ¿Por qué hacer uso de la ciencia y tecnología para solucionar estos problemas mundiales y locales?
Bernardo Kliksberg (BK): El mundo tiene varios desafíos agudos que se necesitan enfrentar porque implican mucho sufrimiento en los seres humanos. Hay 800 millones de personas con hambre, mil 400 millones sin electricidad, dos mil 600 millones sin instalaciones sanitarias y 700 millones sin agua potable; se necesita actuar sobre eso. Hay muchos programas y organizaciones que lo hacen, pero la posibilidad de emplear tecnología de punta permitiría acelerar los plazos y posibilidades de llegar con la mayor efectividad.
Son notables las posibles aplicaciones tecnológicas en el campo de la salud pública, desde las vacunaciones masivas hasta la incidencia que puede tener en salud preventiva, convirtiéndose en un eje de campaña de prevención del tabaquismo y la drogadicción.
El mundo tiene un gran desafío en el cambio climático, el calentamiento de la Tierra que está sucediendo en forma continua genera todo tipo de desequilibrios naturales en gran escala, por ejemplo el que haya muerto la tercera parte de los corales en el fondo del mar. A ello se suma la multiplicación de los huracanes, las inundaciones y la desertificación de las tierras por el aumento de las temperaturas. Ahí las tecnologías de punta pueden ser una ayuda muy significativa, sobre todo porque abren el camino al desarrollo de fuentes de energía limpias que pueden contribuir de manera significativa al cambio climático.
La alta tecnología podría ayudar al dramático problema de las desigualdades, actualmente el uno por ciento más rico del género humano es poseedor de 50.4 por ciento del producto bruto mundial, lo que significa que tiene más que 99 por ciento de la población. La incorporación de las nuevas tecnologías abre la posibilidad de que las desigualdades se acentúen si las tecnologías de la información y comunicación solo son para el acceso de sectores más poderosos económicamente; aquí hay todo un tema de la democratización de las tecnologías.
Un ejemplo exitoso es el caso de Uruguay, que replicó una experiencia del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) para producir una computadora a bajo costo; en el país sudamericano perfeccionaron esa computadora con un costo menor a 100 dólares, y las hizo llegar a todos los alumnos del sistema escolar de todos los niveles; entrenó a maestros y padres de familia para complementar una inserción adecuada de la computadora y la Internet en los circuitos escolares. Eso es democratizar la tecnología.
AIC: ¿Qué impacto tienen proyectos a escala micro?
BK: No hay proyectos pequeños. Cada uno beneficia a una cantidad de personas, no es un puntito, sino que para esa gente es todo, porque le ayuda a cambiar condiciones de vida básica, cada uno de los proyectos no necesita ningún justificativo mayor porque ayuda a personas concretas a mejorar sus condiciones de vida.
Los proyectos tienen un valor educativo para la sociedad porque la está retando al decir ‘se puede ayudar, nosotros estamos haciendo esto y, ¿ustedes qué hacen?’. La biblia dice que hay dos enormes faltas que puede cometer el ser humano: por acción, que es hacer daño a otros seres humanos, y la otra es por omisión, es decir, dejar de hacer cosas que podrían beneficiar en aspectos sustanciales a otros más; y en eso deberíamos escuchar “el grito silencioso de los pobres”, como dice el papa Francisco.
Todos los proyectos brindan en pequeña escala experiencias piloto que pueden ser objeto luego de ampliaciones en escalas mayores, si se cuenta con los recursos necesarios, lo que hace pensar que se pueden ejecutar a una escala mayor.
Las soluciones en gran escala tienen que venir de las políticas públicas, y se puede hacer más siempre con la asignación de recursos y de alianzas estratégicas entre políticas públicas centradas en la pobreza, la responsabilidad social de la empresa privada, la participación de los medios y de distintos sectores de la sociedad civil, el papel fundamental que pueden representar las universidades y las instituciones científico-tecnológicas, así que estos proyectos pequeños tienen efectos de todo orden y además suelen mejorar una cantidad de vidas.
AIC: ¿Cómo lograr estas sinergias cuando existe reticencia de diversos sectores?
BK: No es fácil, si lo fuera, el papa Francisco no estaría tan enojado con los líderes de los sectores de las élites políticas y económicas porque no dan suficiente apoyo a iniciativas humanitarias y contra las distintas formas de la indiferencia que pueden llegar —a lo que él llama— el peligro de considerar a los pobres simplemente personas descartables. Hay un largo camino de educación y sensibilización para llevar a compromisos cada vez mayores.
Alrededor del mundo hay luces importantes; trabajé en el primer informe mundial de voluntariado que hizo la ONU hace tres años, y se estimó que hay 140 millones de voluntarios, constituyéndose en la octava economía del mundo en lo que producen. Estos voluntarios no están son solos debido a que hay políticas públicas sensibles que muestran que es posible hacerlo. Países como Noruega, Dinamarca, Suecia y Finlandia han logrado reducir a cero la pobreza y discriminación, tanto de género, racial y contra inmigrantes; mientras que Uruguay logró en los últimos diez años eliminar casi toda la pobreza extrema y Costa Rica mantener tasas de pobreza extrema siempre por debajo del promedio de América Latina, así que sí se puede hacer.
AIC: Usted ha hecho emprendimiento social a escala micro y macro, ¿cuál es el valor de cada uno?
BK: Se complementan. Formo parte de muchas organizaciones no gubernamentales, soy el asesor principal en forma honoraria de Un Techo para mi País y de otras organizaciones como Hogar para niños de la calle Nuestros Hijos, en Buenos Aires, y he estado muy ligado al movimiento católico Cáritas en diferentes países, porque tengo una amistad fraterna absoluta.
Por el otro lado, he tratado de centrar gran parte de mis esfuerzos en modificar a través de mis asesorías a más de 30 países en el marco de la Organización de las Naciones Unidas a crear ministerios de lucha contra la desnutrición y de escuelas de gerencia social para enseñar a usar eficientemente los recursos destinados a políticas sociales, dicen que soy el padre de esa disciplina.
He formado generaciones de profesionales a través de todo tipo de programas; en este momento dirijo un programa que se dicta en universidades de Argentina para formar profesores jóvenes en gerencia social, lucha contra la pobreza y economía justa para que la difundan en las aulas.
He tratado de incidir modestamente y siempre en alianzas entre distintos sectores de la sociedad; en los últimos tiempos he trabajado muy duro en el ámbito de responsabilidad social empresarial, tratando de atraer lo máximo a los empresarios a un compromiso con todas estas ideas, con buenos resultados.
Además he tratado de trabajar a nivel de las personas haciendo lo que está a mi alcance con quienes están en mi entorno directo y tratar de influir en las grandes políticas y en los principales actores, como la empresa privada y la universidad.
He convocado y organizado grandes reuniones contra la pobreza, con la participación de las principales iglesias de América Latina y he tratado de alentar las políticas que estimulen el voluntariado, no soy el único, lo he hecho con otros colegas, y se ha acompañado de una producción intelectual para que haya ideas para compartir sobre todos estos temas.
Todo este trabajo no lo hago al unísono, es resultado de la colaboración que a pequeña y gran escala he tenido con múltiples actores.
AIC: Entonces ha constatado que rinde frutos la alianza estratégica entre diferentes sectores.
BK: Cuando hay solidaridad y colaboración siempre hay frutos. Es muy impresionante el caso de Un Techo para mi País, una organización que nació en Chile y que se propuso trabajar con los sectores de pobreza extrema que viven en condiciones de precariedad muy agudas, en viviendas con piso de barro, techos frágiles, sin ventanas ni ventilación, hacinados, que las viviendas se caen si llueve muy fuerte; crearon una tecnología que permite construir una vivienda de 40 metros cuadrados con techo, con paredes reales, una vivienda digna.
Hicieron una alianza estratégica con una empresa privada que les dona el material y las herramientas que necesitan, con los medios que han difundido, las experiencias, fueron a las universidades y atrajeron a muchos jóvenes. La vivienda se construye en 48 horas y fueron muy cuidadosos en aplicar la gerencia social, porque las construyen junto con las familias, construyen su casa y la de sus vecinos. A la fecha se han construido 100 mil viviendas en diez años, mejorado la vida de 100 mil familias. Han creado un impacto educativo fenomenal porque tienen 400 mil voluntarios que están construyendo las viviendas en 19 países. Es un ejemplo de cómo es posible llevar adelante alianzas estratégicas y en todos los lugares se han conectado en diversas modalidades con la política pública del lugar.
AIC: ¿De dónde surge su preocupación por los pobres?
BK: Mis padres, que en paz descansen, me enseñaban la justicia social de la biblia, porque este libro es un llamado a la igualdad de todos los seres humanos. Mis hermanos y yo nos convertimos en una especie de emprendedores sociales desde muy jóvenes; desde los diez años de edad hago lo que puedo y estoy tratando de transmitir esa tradición ahora en nuestros hijos y a nuestros nietos. Estoy muy orgulloso de que en estos días, mi nieta mayor de ocho años, se reunió con otra amiga y se pusieron a producir chocolates, salieron a la calle a venderlos a beneficio de un centro para animales, así que la idea de emprendimiento social es muy importante que se transmita en escuelas y en la familia; es una idea que llena la vida.
AIC: ¿Qué satisfacción le deja esta labor?
BK: Las mayores satisfacciones vienen cuando ayudamos a que los poderes públicos en determinados países tomen medidas que mejoren sustancialmente la situación de los informales, de los trabajadores, de las mujeres, los jubilados, afortunadamente hemos podido ayudar en muchos lugares a procesos de ese tipo.
Lo que hay por hacer es infinito, todo lo que hacemos es poco. Inspira el papa Francisco cuando dice “por los pobres se debe y se puede hacer mucho más“.
El mundo lo van a transformar todos los ciudadanos y se necesita la participación de los jóvenes, quienes tienen menos ataduras y menos intereses creados, son más libres de tomar decisiones, tienen más coraje y más fuerza física, entonces son un agente de cambio que debería estar en la delantera del gran movimiento silencioso que se desarrolla a diario para mejorar el mundo.
Junto a los jóvenes veo a los mil millones de cooperativistas en el mundo, 140 millones de personas que hacen trabajo voluntario, las nuevas generaciones de emprendedores sociales, los empresarios con responsabilidad social empresarial y las políticas públicas con enfoque ético que ven a los más débiles.
AIC: ¿Qué panorama ve en México en este rubro?
BK: México tiene un desafío de pobreza muy importante, 46 por ciento de la población está en pobreza, y aunque hay ciertas mejoras el camino que queda es larguísimo.
Tengo vínculos muy fuertes con este país; he ayudado fundamentalmente a las universidades y a la lucha contra la pobreza desde hace años, con relaciones muy fraternas y solidarias de trabajo conjunto; tengo muchos amigos en México y creo en el futuro de México, porque es muy importante para América Latina.