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SURSUM CORDA . De la aclamación entusiasta al rechazo furioso del Señor

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SURSUM CORDA

De la aclamación entusiasta al rechazo furioso del Señor

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Cuando alguien está enamorado, inspirado y resuelto a hacer bien las cosas, se siente atraído y conquistado por esa explicación del amor de San Pablo a los corintios (1Cor 12, 31-13, 13). Estar enamorado e inspirado y eso que se siente por dentro confirmarlo con la Biblia cuando nos dice de una manera tan profunda que el amor es comprensivo, servicial, no tiene envidia, no es mal educado ni egoísta... Eso realmente alegra el alma y ratifica en una persona enamorada e inspirada lo que está sintiendo por dentro.
Pero cuando hay problemas en un matrimonio, cuando hay dificultades en una familia, cuando uno se confronta de muchas maneras con las personas y cuando estamos pasando momentos críticos en la vida cristiana y vuelve uno sobre este himno hermosos al amor, empieza uno a poner justificaciones, a hacer rebajamientos de la palabra de Dios y a interpretar las cosas a la propia conveniencia.
Ya no se siente uno tan inspirado como cuando en el enamoramiento aplaudía uno estas palabras de la Biblia, sino que ahora porque tenemos problemas en la familia y con los amigos llegamos a interpretar de otra manera las cosas.

En la celebración del matrimonio se proclama regularmente este texto de San Pablo para que los contrayentes tengan presente cómo la palabra de Dios define el amor. Ese momento no hay necesidad de explicarlo porque en una misa de bodas si alguien pudiera explicar mejor que el sacerdote el misterio del amor serían precisamente los novios que no solamente lo leen y meditan, sino que lo sienten en el corazón.
Pero años después cuando tienen problemas y regresan sobre este texto que les inspiró tanto, a veces tienen sus reservas, resistencias y justificaciones para interpretarlo de una manera diferente. Eso también nos pasa con la palabra de Dios. Hay un momento de aclamación, de aplauso, y lamentablemente también se pueden presentar momentos de reprobación y rechazo de la palabra.

Eso le pasó a Jesucristo cuando aquellas personas que lo aclamaban y coreaban en su entrada a Jerusalén, unos días después pedían su crucifixión. En muchas ocasiones lo experimentó nuestro Señor cuando veía que las personas pasaban de la aclamación a la reprobación de su persona, como lo que vivió en la sinagoga de Nazaret.

Mientras Jesús dice cosas bellas y explica de manera elocuente la palabra todos lo aclaman; escucha nuestro Señor la aclamación de sus mismos paisanos. Pero cuando les dice la verdad, cuando es crítico y exigente en la presentación de la Palabra de Dios, ya no hay aclamación sino un rechazo abierto de su persona.

Como sacerdote me alegro mucho cuando los hermanos expresan que la palabra de Dios les provoca consuelo, paz, alegría y esperanza. Pero me alegro más cuando expresan la incomodidad que les provoca la palabra, cuando reconocen las resistencias que les provoca la palabra, cuando la palabra los hace sentir incómodos por las cosas que señala de su vida.

Cuando uno no se queda solamente con lo que endulza el oído sino cuando acepta la provocación de la palabra de Dios, cuando uno se deja cuestionar por la palabra, cuando uno aguanta la reprobación de la Palabra de Dios, cuando uno permite que la palabra ponga en evidencia las debilidades.

La tendencia es a quedarnos con lo más cómodo, escogiendo la palabra que está más al alcance. Pero nos hace mucho bien -y aquí uno puede encontrar un criterio de madurez en la vida cristiana- cuando aceptamos la provocación de la palabra, cuando nos damos cuenta que la palabra se mete fuertemente con nosotros, cuando la palabra exhibe nuestras fechorías y pecados y cuando la palabra viene a sacudirnos para llevarnos a una profunda conversión.

Por eso, cuando nos guste la palabra demos gracias a Dios. Y cuando no nos guste, también demos gracias a Dios. Porque cuando no nos gusta la palabra le está pegando a nuestro ego, a nuestra soberbia; cuando no nos gusta la palabra está exhibiendo un estilo de vida contrario al evangelio.

La palabra de Dios es como la palabra de nuestros padres, tiene la justa palabra para cada momento de la vida. Uno a veces necesita el abrazo y el consuelo. Pero a veces también la corrección, un señalamiento a tiempo para que no se complique nuestra vida.

Que Dios nos ayude para que, aunque nos enojemos y no aceptemos a la primera la palabra de Dios, no pasemos de la aclamación entusiasta al rechazo furioso del Señor. Que seamos incondicionales y fieles al Señor, que no le aplaudamos y después le demos la espalda. Eso le pedimos al Señor para que aun en esos momentos cuando nos cuesta aceptar la palabra, aprendamos a escuchar, obedecer y ser fieles al Señor.

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