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SURSUM CORDA. Los que viven como enemigos de la Cruz de Cristo

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SURSUM CORDA

Los que viven como enemigos de la cruz de Cristo

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

“Algunos de ustedes viven como enemigos de la cruz de Cristo”. Así se expresa San Pablo en la carta a los filipenses, refiriéndose a casos específicos de hermanos que no se comprometían con la vocación cristiana, aceptando únicamente lo más fácil y rechazando lo que implicaba sufrimiento y sacrificio.
Es una expresión que por ser Palabra de Dios está revestida de actualidad, pues encaja muy bien con la situación que vivimos. Suena, por eso, como un señalamiento directo dirigido a nosotros. ¿Qué razones habría para referirnos de esta forma a los cristianos actuales? ¿Qué razones habría para que ahora la palabra de Dios, que se actualiza, nos hablara en estos términos? ¿Cómo y cuándo somos enemigos de la cruz de Cristo?
Somos enemigos de la cruz de Cristo cuando nos rebelamos ante el sufrimiento, cuando nos descompone de tal manera que tendemos a escandalizarnos de Dios; somos enemigos de la cruz de Cristo cuando no queremos donarnos, servir y entregarnos; cuando solamente queremos que la vida cristiana sea pura complacencia personal, sin que aparezca en el horizonte de nuestras vidas esa actitud de Jesús de donarse, de entregar su sangre, de servir a los demás.
Somos enemigos de la cruz de Cristo cuando nos quedamos con lo bonito, con lo amable, con lo cómodo de la vida cristiana, pero no soportamos y rechazamos abiertamente todo lo que implique sufrimiento y sacrificio. Somos enemigos de la cruz de Cristo cuando sólo buscamos la luz, pero evitamos la cruz; cuando nos quedamos únicamente con el Cristo del Tabor, pero nos avergonzamos del Cristo del Calvario.
No se trata de que no haya que buscar lo amable, la luz y esos momentos de gloria en la vida cristiana. Claro que son necesarios y hay que pedirlos, aunque antes de pedirlos, Dios se acuerda de nosotros. Al imaginar la emoción de Pedro, Santiago y Juan en el Tabor, al tratar de imaginar lo que llegaron a experimentar, vienen a nuestra mente aquellos momentos difíciles de nuestra vida en los que de repente nos cubrió la gloria de Dios. Llegó a nuestra vida, de manera inexplicable, esa sensación de paz, consuelo y amor. Inexplicable porque en ese momento el pronóstico era adverso y en medio de esa tensión fuimos asistidos y cubiertos por la gloria de Jesús.
Cuántos testimonios podemos dar al respecto porque, aunque no lo pidamos, Dios concede un pedacito de cielo. No es puro sufrimiento nuestra vida, porque Dios también va concediendo esos pedacitos de cielo, esos momentos de inspiración y de paz que son tan necesarios para seguir luchando.
Gran parte de nuestras oraciones tienen que ver precisamente con esto. Cuando sufren nuestros seres queridos, cuando muere un familiar y delante de muchas dificultades, pedimos al Señor el consuelo y la fortaleza, porque en esos momentos cuando se agotan las posibilidades humanas, necesitamos urgentemente de la gracia de Dios para que nos cubra con su gloria.
Sin embargo, no nos podemos acostumbrar a esto. No puede uno exigir que la vida cristiana sea pura gloria y pura luz, rechazando la cruz de Jesús. No podemos instalarnos, como Pedro que decía: “mejor nos quedamos aquí”. Se puede caer en la tentación de quedarnos instalados en lo cómodo y desentendernos del mundo que necesita de nuestra donación, entrega y sacrificio.
En definitiva, se trata de agradecer esos momentos de gloria y cada vez que llegan sentirnos en deuda con el Señor. Hay que bajar de la nube, de ese pedestal en el que nos pone la gracia y reconocer que la vida cristiana es un camino que va del Tabor al Calvario, de la luz a la cruz, de la gloria a la pasión y muerte de Jesús.
De eso se trata la cuaresma, que nos esforcemos para imitar a Jesús, que seamos capaces de donarnos y sacrificarnos. Y, por supuesto, cuando necesitemos de Dios, cuando nos sintamos cansados y rebasados, pedirle a Dios que se acuerde de nosotros, con la conciencia que hay que bajar de la nube, hay que retomar nuestra misión y vivir nuestra realidad, sabiendo que Jesús, así como se manifestó en el Tabor, también nos espera en el monte Calvario.
Que estemos dispuestos a seguir a Jesucristo que no nos deja instalados en el monte de la transfiguración, sino que quiere que caminemos con Él hasta el monte de la crucifixión.

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