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SURSUM CORDA. Mi vida entera se trata del Señor y de lo que necesita: mirando al burrito

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SURSUM CORDA
Mi vida entera se trata del Señor y de lo que necesita: mirando al burrito

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Qué necesidad de fijarse en el burro cuando hay tantas cosas que se pueden señalar y tantas enseñanzas que se pueden resaltar en el relato de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que se proclama solemnemente al inicio de la Semana Santa.
Pero en medio del ambiente de tensión y confrontación aparece un detalle que refleja, una vez más, el señorío, la serenidad y la humildad de Jesucristo al preparar su entrada en Jerusalén, pidiendo a sus discípulos que traigan un burrito.
Las palabras que utilizan los discípulos enviados no son para tranquilizar al dueño, eventualmente sorprendido cuando ve que están desatando al pollino, pero sí son para inquietar a todos los que sentimos el llamado de Dios: “El Señor lo necesita”. Así aparece en el evangelio y es Palabra de Dios que nos ubica no solamente en un momento concreto de la vida de Jesús, sino delante de la pedagogía del Señor.
Ese sigue siendo el misterio de la Providencia divina que pudiendo hacer las cosas de manera determinante porque tiene el poder, que pudiendo resolver el problema del hombre de un carpetazo, sin embargo, sigue necesitando de nosotros para construir su reino.
El Señor nos necesita y eso redimensiona el valor de nuestra vida. Cómo un Dios nos necesita, cómo Dios que todo lo puede pide nuestra colaboración. Pero nos necesita de manera humilde y comprometida. En el reino de Dios no hay que buscar el protagonismo ni los reflectores, sino hacer lo que nos toca para que el que se vea sea Jesús, el que brille sea Jesús; para que el Señor sea conocido, amado y alabado.
Aprender, por tanto, a aceptar nuestro papel reconociendo que ya es un privilegio saber que Dios nos llama y nos necesita. Como decía el Cardenal Albino Luciani: «Cuando me hacen un cumplido, tengo necesidad de compararme con el jumento que llevaba a Cristo el día de ramos. Y me digo: “¡Cómo se habrían reído del burro si, al escuchar los aplausos de la muchedumbre, se hubiese ensoberbecido y hubiese comenzado –asno como era– a dar las gracias a diestra y siniestra!... ¡No vayas tú a hacer un ridículo semejante...!”»
Hay mucho que hacer de acuerdo a la necesidad que Dios tiene de nosotros. El Señor necesita nuestro servicio. Así comenta este pasaje evangélico Mons. Robert Barron: “Mi vida no me pertenece, en este acto rindo todo motivo de carrera y mis propios planes. Mi vida entera se trata del Señor y de lo que el Señor necesita, quiero ser un instrumento para los propósitos de Cristo”.
“Dios no necesita nada. Pero Cristo, Dios hecho hombre, ha querido hacerse pura necesidad, como nosotros. Y necesitó la leche de su madre para crecer, y los cuidados de José para sobrevivir, y el agua de la samaritana para beber, y el apoyo de un pollino para entrar en Jerusalén” (José F. Rey Ballesteros).
Por supuesto que Dios, en sentido estricto, no necesita nada, pero el privilegio de la vida cristiana consiste en reconocer que Dios nos permite cooperar con su providencia para atraernos a su gloria. Desde esta perspectiva, qué maravilloso poder decir que Dios nos necesita. Sigue comentando Mons. Barron:
“Los dones que tenemos no son cosas que he ganado o merecido, sino que Cristo los puede utilizar para sus propósitos”. La inteligencia, el coraje ante los desafíos, la compasión por los pobres, la capacidad para trabajar con los niños, el carácter sociable y popular de una persona, todo esto permite trabajar mejor para los propósitos de Dios, para realizar su difícil y peligrosa obra.
De esta forma Mons. Barron da un criterio para nuestra vida espiritual: “El modo en que miramos nuestra vida cambiará completamente si logramos absorber esta pequeña frase: El Señor lo necesita”. Se trata, por lo tanto, de identificarse con este burrito, mirar la vida entera y decir: El Señor lo necesita.
Para un cristiano siempre será un privilegio vivir para el Señor y dejar que nos utilice para sus propios propósitos, que siempre tienen que ver con el bien y la salvación de todos los hombres. Dejar que nos utilice para sus propósitos no es una especie de servidumbre o esclavitud, sino la manera más humana y perfecta de vernos realizados como personas.
En María Santísima tenemos un ejemplo de cómo se permite al Señor que nos use para sus propósitos, por eso ella se asume consciente, libre y alegremente: “Yo soy la esclava del Señor”.
San Josemaría Escrivá lo llegará a expresar de esta manera: “¡Qué humildad, la de mi Madre Santa María! No la verán entre las palmas de Jerusalén, ni -fuera de las primicias de Caná- a la hora de los grandes milagros. Pero no huye del desprecio del Gólgota: allí está, ‘iuxta crucem Jesu’, junto a la cruz de Jesús, su Madre”.

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