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SURSUM CORDA. Les pido una limosna de cariño para esos sagrarios abandonados

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SURSUM CORDA

Les pido una limosna de cariño para esos sagrarios abandonados

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Las fiestas de la fe provocan el gozo en el Espíritu y al haberlas preparado y celebrado -porque la liturgia tiene ese carácter mistagógico que nos va conduciendo y encendiendo paulatinamente en el misterio de Dios-, quisiéramos que se prolongarán esos momentos de gloria que nos han dejado.
Por eso, en su momento se termina la Navidad y la Pascua, pero en la liturgia quedan reflejos de estas festividades. Es como si no quisiéramos que se terminaran estas celebraciones que nos han acogido y nos han sumergido en el misterio de Dios.
En el caso de la pascua, después de Pentecostés, la Iglesia ubica, en el calendario litúrgico, la celebración de los grandes misterios de nuestra fe católica: Jesucristo Sumo y eterno sacerdote, la Santísima Trinidad, el Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi), el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado corazón de María.
El Espíritu Santo que hemos recibido nos ayuda a penetrar en estos grandes misterios, pero sobre todo toca nuestro corazón para no dejar de conmovernos y admirar las maravillas de Dios. Dentro de estas inmensas posibilidades que tenemos para referirnos a los misterios de Dios quisiera referirme a la fiesta del Corpus, considerando la emoción y el fervor del pueblo de Dios, al reconocer a Jesús en la hostia consagrada.
En la eucaristía volvemos sobre el mandato de Jesucristo en la última cena: “Hagan esto en memoria mía”, donde se sigue ofreciendo y haciendo presente por nuestra salvación. Esta presencia íntima y real, al mismo tiempo ha logrado enamorar y despertar el alma de los fieles que se vuelcan en muestras de cariño, admiración y adoración a Jesucristo eucaristía.
Los grandes momentos de la vida de un cristiano suceden frente a la hostia consagrada que nos hace tomar conciencia del inmenso amor de Dios y del sufrimiento que tuvo que pasar por nosotros. Nadie nunca nos amó así. Por eso, el fervor, la admiración y la emoción de nuestro pueblo cuando honra a Jesús sacramentado, porque nadie nos amó así, porque está vivo y porque sigue siendo el alimento que da la vida eterna.
Los santos y las santas de Dios fueron personas eucarísticas que percibieron que no se puede vivir sin la eucaristía y sobre todo en ella encendieron su corazón de amor a Dios y al prójimo. De ahí su insistencia para que no dejemos de alimentarnos del cuerpo y sangre de Jesús.
En esta fiesta del Corpus quisiera destacar la pasión y el cariño de San Manuel González que se concebía como el obispo de los sagrarios abandonados y que no se cansaba de animar y suplicar a los fieles para regresar al sagrario y estar en la presencia del Señor sacramentado. Conmueve la delicadeza y el cariño con que hablaba de Jesús en el sagrario:
“... ¡Nada! Yo no les pido ahora dinero para los niños pobres. Ni auxilio para los enfermos. Ni trabajo para los cesantes. Ni consuelo para los afligidos. Yo les pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado; un poco de calor para esos Sagrarios tan Abandonados. Yo les pido, por el amor de María Inmaculada, Madre de ese Hijo tan despreciado, y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que hagan compañía a esos Sagrarios Abandonados... Invoque hoy vuestra atención y vuestra cooperación en favor del más abandonado de todos los pobres: ¡El Santísimo Sacramento!”
El más pobre, pues, el más abandonado es Jesucristo en el sagrario. No lo dejen solo, no lo abandonen, búsquenlo, visítenlo, platiquen con Él que siempre los está esperando. Tenemos que volver al sagrario, visitar a Jesús y aprender a vivir en su presencia.
Cuando compartimos la vida con Jesús, cuando estamos con Él, cuando le dedicamos tiempo, nunca se pierde la paz y la alegría, aunque estemos enfrentando fuertes tribulaciones, porque estamos en comunión con Cristo, en profunda relación con el Hijo de Dios.
La gente se llega a sorprender de la paz y la alegría que destilan las personas que precisamente están en comunión con Cristo y no se apartan del sagrario. Los desprecios, acusaciones, injurias e injusticias no ponen en riesgo la alegría del alma cuando se sabe amada por Dios, experiencia que se afianza en el sagrario.
Crean que Jesús está en el sagrario. Este es el alimento que necesitamos para que nunca perdamos la paz, la alegría y el sentido a la vida, a pesar de las tribulaciones. No podemos prescindir de la eucaristía, de la sagrada comunión.
Entre todos los pobres, el más pobre es Jesús en el sagrario, hay que regalarle una limosna de cariño a Jesús sacramentado. Como San Manuel González, no vengo a pedirles ahora por los pobres, por los niños, por los enfermos, por los abandonados. Vengo a pedirles una limosna de cariño para Jesús sacramentado. Es algo que nos transformará y nos permitirá preocuparnos, durante toda la vida, por los pobres y los más necesitados.

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