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SURSUM CORDA. Aunque no la buscáramos no le podemos pedir a María que deje de ser madre

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SURSUM CORDA

Aunque no la buscáramos, no le podemos pedir a María que deje de ser madre

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

De Maria nunquam satis, decía San Bernardo de Claraval. “De la Virgen, nunca será suficiente lo que digamos”. Nosotros que vivimos en un país netamente mariano podemos señalar que mucho se ha hecho por María, se han dicho y escrito tantas cosas sobre Ella, pero todo parece poco;
nunca es suficiente hablar de María.
No podemos decir: ya hablamos mucho de María; o, ya pasó el mes de mayo, el mes de María. En torno a Ella siempre habrá tantas cosas que destacar, tantos caminos que sugerir, tantas cosas que redescubrir para que como cristianos nos sigamos asombrando de la presencia de María Santísima en la Iglesia.
Por la vocación que Dios nos ha concedido somos hijos de Dios y discípulos de Jesucristo. Pero debido a nuestras caídas y debilidades nos reconocemos pecadores. Como una verdadera madre, María nos libera de las ataduras del pecado, para consolidar nuestra condición de hijos y de discípulos.
Como hijos necesitamos cariño, protección, apoyo; necesitamos saber que jamás seremos rechazados por la Madre. Esto precisamente cumple en nuestra vida María Santísima que nos hace sentir como hijos muy amados porque en Ella tenemos un lugar seguro para consolarnos y agarrar fuerzas para retomar los grandes compromisos de la vida.
Como discípulos necesitamos un camino seguro que nos conduzca hasta Jesús. Y eso hace María, que sale a nuestro encuentro, nos toma de la mano y se convierte en un referente para saber ser discípulos, para no claudicar en el seguimiento de Jesucristo.
Por eso, decía San Luis María Grignion de Montfort que “María es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús”. María hace posible que podamos llegar hasta la presencia de Jesús que es el verdadero propósito en la vida de un cristiano.
Como hijos necesitamos ser amados, como discípulos necesitamos un camino para llegar a Jesús, pero como pecadores necesitamos también esperanza. El pecado se encarga de destruir lo más hermoso de nuestra vida; el pecado hace que uno se avergüence, se sienta cansado y decepcionado de uno mismo.
El pecado deja destrucción, pesimismo, tristeza y cansancio en el alma. Porque ese es el efecto del pecado en nuestra vida, el demonio llega a rematarnos y por eso cuando uno ha caído en el pecado nuestros pensamientos son muy pesimistas. De suyo el mal que hicimos no nos deja tranquilos, pero el diablo llega a rematarnos provocando que nuestros pensamientos sean pesimistas, extremistas, y por eso uno llega a decir: “ya perdí todo, no merezco nada, ya perdí a Dios”.
A veces este aspecto es todavía más peligroso que el pecado que cometemos; la interpretación puede ser más peligrosa porque si el pecado nos aleja de Dios, esta interpretación pesimista quiere asegurarse que no volvamos a la presencia del Señor. Por eso, como pecadores cuánto necesitamos de un auxilio, de un refugio que encontramos en María Santísima.
Como pecadores necesitamos saber que Dios no se desespera de nosotros, que no se cansa de nosotros, que nos tiene mucha paciencia y que siempre nos está esperando. Eso es lo que hace María, recordarnos que esos pensamientos pesimistas no vienen de Dios sino del maligno. Porque Dios no se cansa, Dios no se desespera, nos sigue teniendo paciencia y lo que más ansía el Señor es que nosotros como pecadores regresemos a su sagrado Corazón.
Por eso, María es nuestro refugio. Se encarga de recordarnos la forma como Jesús se presentó: “Yo no he venido por los sanos sino por los enfermos, no he venido por los justos sino por los pecadores”. Jesús no solamente lo dijo -fue una gran revelación cuando lo dijo-, sino que lo cumplió a cabalidad atendiendo con disposición, ternura y amabilidad a los enfermos y necesitados.
Para eso ha venido Jesucristo y nadie se puede desesperar: es lo que nos recuerda la Virgen María, refugio de los pecadores, nos recuerda esta voluntad salvífica, este corazón misericordioso de su Hijo Jesús que viene a rescatarnos, que viene a acercarse a nuestra vida para que finalmente desistamos de esos pensamientos pesimistas y sepamos que, aunque seamos pecadores, todos tenemos esperanza en el corazón de Cristo Jesús.
Así que nunca es suficiente hablar de María y aunque habláramos todos los días de Ella no agotaríamos la hermosura de su Inmaculado corazón que nos lleva al corazón de su Hijo Jesús y hace todo lo posible para que seamos liberados de todos los males.
La contemplamos, la amamos y la necesitamos nosotros que nos reconocemos pecadores. Pero la invocamos también para que se haga presente en la vida de los que siendo pecadores no se reconocen como tal. A Ella le pedimos por los que no se arrepienten, los que hacen el mal, los que asesinan y secuestran, los que se corrompen y hacen daño a la sociedad.
Esto es lo maravilloso de la Santísima Virgen María ya que nos podemos olvidar ingratamente de Ella o hacerla a un lado en nuestra vida cristiana, pero no le podemos pedir a una madre que deje de ser madre. María siempre abogará por nosotros y especialmente por los más alejados de Dios.
Que María se siga acercando como buena Madre para recuperar y atraer a todas las almas a la presencia de su Hijo Jesús, ya que como decía San Luis María Grignion de Montfort: “Por voluntad de Dios, la devoción a María es necesaria para la salvación”.

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