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Sursum Corda. Carta de un cristero a su esposa

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SURSUM CORDA

Carta de un cristero a su esposa

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

En México no sólo se celebra con solemnidad la fiesta de Cristo Rey, sino que se conserva y se lleva en el alma el grito que proclama la realeza de Nuestro Señor Jesucristo.
Este grito nos recuerda la entrega, el amor y la valentía de los mártires mexicanos y de los cristeros, durante la persecución religiosa en México. Para honrar el testimonio de estos hermanos y para conocer la vitalidad de su corazón quisiera compartir con ustedes la carta tan fervorosa que José María Fernández envió a su esposa.
Que la fortaleza y el amor de estos hermanos nos motive para estar en condiciones de vivir nuestra fe con valentía, para que a ejemplo del beato Miguel Agustín Pro también podamos decir: “Que mi último grito sobre la tierra y mi primer canto en el cielo sea Viva Cristo Rey”.

“Mi querida esposa:

El lápiz se me cae de la mano, no sé si escribirte o no hacerlo: digo esto porque si te escribo, quizá vaya a aumentar tus dolores; si no te escribo te formarás el concepto de que no te amo, de que no me acuerdo de ti ni de esos hijos tesoro de mi existencia por quienes he derramado abundantes lágrimas.
Voy a decirte: ¿Tendrás valor para escucharme? El 27 de abril de 1927 salí como te dije en una carta que a México te escribí de Tepalcatepec, y creo que recibirías, salí de San Isidro a Coalcomán a verme con don Guadalupe Lucatero, con el objetivo de arreglar el asunto del ganado que tú supiste; pero a mi llegada a dicho lugar, encontré que el señor Lucatero andaba levantado en armas, y una multitud, por no decir que todos, lo secundaron, inclusive el señor que tú sabes. Llegar yo y ver aquel regocijo, que el pueblo en masa aclamaba a Cristo que expuesto en la Custodia veía quizá con sonrisa placentera el entusiasmo de sus hijos deseosos de su Dios, al que hombres sin conciencia querían expulsar de las iglesias, de los hogares, etc.
Ver yo aquel alboroto y sentirme entusiasmado, todo fue uno. La sangre hervía en mis venas, ¿y? ¿quieres que te diga?, ¿no te enojas?, hubo unos instantes que me olvidé de mi esposa y de mis hijos, y henchido de febril entusiasmo también yo salí y grité con toda la fuerza de mis pulmones: “¡VIVA CRISTO REY!” -Desde ese instante soy soldado de Cristo, y ya verás que tu esposo no rayando a sus sirvientes, no tratando de ganados, no haciendo negocios, sino lo verás con el arma en la mano defendiendo la fe de mi esposa, de mis hijos y la mía. ¿No es esto una prueba del amor que te tengo?... Aquí estoy cumpliendo con un deber de cristiano, y abrazado con una cruz tan pesada que apenas puedo con ella. ¡Cuántas cosas! Hambres, fríos, persecuciones y calumnias, pero lo que más me duele y hace sufrir, es el recuerdo de ustedes... Sé que sufres mucho, querida mía, tú, no acostumbrada a ningún contratiempo de la vida, la única en tu casa y tratada siempre con el mayor esmero.
Y ahora ser yo el autor de tus sufrimientos. ¡Pero qué digo, si sé que también eres cristiana y secundarás mi obra en forma distinta! Yo con el arma y tú con la resignación, yo tostado del sol y hambriento y tú con tus plegarias, estamos fundidos en el mismo crisol trabajando por el mismo ideal y nuestra vista fija en el mismo punto... Dios... Imagínate que hay veces que tenemos combates que duran sin cesar 24 horas y que a diestro y siniestro caen sin vida nuestros valientes soldados. Muchos han muerto en mis brazos y al morir ¿sabes cuál es su última palabra?: “¡VIVA CRISTO REY!” Y enseguida van a recibir su palma a la Gloria...
Yo tengo la esperanza de verlos a ustedes aquí en la tierra, pero si muero ten el valor de la señora Gutiérrez -doña Carmen Alfaro Madrigal viuda de Navarro Origel- No me llores, por el contrario ofrece a Dios el sacrificio de mi vida, y ¡vive Dios! que si me pierdes en la tierra me tendrás más solícito velando por ustedes en el Cielo. Desde aquella mansión de paz rogaré por ustedes y por todos aquellos que le hagan bien... Por acá se habla de arreglos; ojalá, ojalá y esto sea como lo hemos pedido. Nosotros no cejaremos ni un momento: vencer o morir, así lo hemos pretendido, ofrecido con juramento, y de no ser como lo hemos pretendido, que Dios mejor me quite la existencia.
Te abrazo desde estas regiones desoladoras, y aunque personalmente no estoy con ustedes, sí estoy con pensamiento y los ideales. No te he abandonado, estoy contigo; pero una fuerza superior e irresistible me obliga a dejarlos. Hay algo más grande que la esposa, los hijos y los bienes, y es Cristo por quien lucho, por quien sufro, por quien se debe dejar lo más querido de este mundo. Tocó mi corazón una vez, otra más, y entonces corrí como Saulo y le dije: “¿Qué quieres, Señor de mí?” “Anda” me dijo, “defiéndeme porque mis enemigos me acosan”. Sin esperar más y sin vacilación ninguna, dejé cuanto tenía: intereses, negocios, y lo más grande, lo más querido: mi esposa y mis hijos. Es muy dulce sufrir por CRISTO REY.
En nuestros sufrimientos tenemos mucho de consolador. Sabemos que nos dicen: bandidos, salteadores, en fin, un cúmulo de calumnias. Pero ¿qué importa?, también a Cristo lo calumniaron, ¿y no Él mismo ha dicho: “bienaventurados los que padecen persecución por la justicia?” Por mí no te aflijas, al contrario, vive satisfecha de tu esposo. No te preocupes por el porvenir. Dios estará contigo. ¿Crees que dejará a la familia del que todo lo dejó por Él? Imposible. Ya tengo hecho mi pacto con Dios: casi a diario, por no decir todos los días, lo recibo en mi pecho y todo se reduce a hablarles a ustedes... A mis hijos, hazles ver que, si los dejé, fue por Dios, no vayan a creer que fueron abandonados por otra causa. Háblales siempre de Dios...
Adiós, mi querida compañera, único depósito de mis sinsabores y dichas; contigo abrazo a mis queridos hijos y sabes que si no nos vemos en la tierra, viviré para ustedes en el cielo.

Tu esposo, José María Fernández

Dios y mi derecho.
¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE! ¡VIVA EL PAPA!
* José María Fernández, muerto en combate el 9 de mayo de 1929.

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