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SURSUM CORDA. Tienes a Dios y a María. No digas que te falta algo porque lo tienes todo

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SURSUM CORDA

Tienes a Dios y a María. No digas que te falta algo porque lo tienes todo

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Antes de pedir la paz y la salud hay que recibir la palabra de Dios, como la Virgen María que antes de recibir en su seno a Jesús ya lo había aceptado en su corazón. En el sufrimiento de Jesús en Getsemaní (Lc 22, 39-46) encontramos una palabra que nos ilumina en nuestros momentos de sufrimiento y enfermedad.
Muchas de nuestras enfermedades se agudizan porque dejamos la oración. Jesús, a partir de su propio sufrimiento nos pide: “oren para no caer en la tentación”.
El diablo no tiene piedad de nadie, no se compadece de nadie, mucho menos de los enfermos. Nosotros somos malos, no somos perfectos, pero delante de un enfermo uno se compadece porque quedan en nuestra vida entrañas de misericordia. Delante de una aflicción no pasamos de largo y socorremos a las personas, tratamos de estar pendientes de sus necesidades. Porque más allá del pecado y de nuestra maldad hay signos de bondad en nuestro corazón.
Pero el diablo no se apiada de nadie, ni siquiera de los agonizantes. Llega a sugestionarnos y atormentarnos con tantas ideas que hacen que la enfermedad se torne más insoportable. Busca el demonio momentos de enfermedad, debilidad y verdadera contrariedad para que nos apartemos de Dios.
En la enfermedad, por eso, llegan ese tipo de pensamientos: “Dios ya no me quiere, ya se olvidó de mí, se está vengando por mis pecados pasados”; “estoy pagando por los errores cometidos a lo largo de la vida”. Esos pensamientos vienen del maligno y torturan el alma. Nos van haciendo caer en el pesimismo, tristeza y desesperanza.
La enfermedad es muy dura, pero es peor la interpretación que hacemos de ella. Es muy duro el padecimiento, cuando el médico nos da el diagnóstico, pero a veces es más dura la interpretación, al tragarnos el veneno de Satanás cuando viene a meternos ideas contrarias acerca de Dios.
Como estamos indefensos y débiles en la enfermedad, no solo a nivel físico sino también espiritual, por eso Jesús insiste en la oración para no caer en la tentación, para no caer en la desesperación, para que no le demos la espalda a Dios, para que no nos sintamos rechazados por Dios.
El evangelio destaca que Jesús entre más sufría, más oraba; entre más solo se sentía, más oración hacía; entre más dolores llegaban a su alma, más se aferraba a Dios. Si aumentan los padecimientos, hagan más oración, como Jesús que entre más sufría más oraba.
Regularmente hacemos lo contrario porque cuando las cosas no se cumplen en el tiempo que uno quiere, tendemos a desesperarnos; cuando la cosas no cambian en el tiempo que uno quiere, nos rebelamos y desistimos de la oración, que es lo único que mantiene la esperanza.
Jesús pide la presencia de Dios, el consuelo y, dice el evangelio, los ángeles llegaron a consolar al Señor. Como tantos ángeles llegan a las camas y a las casas de los enfermos a consolarlos, a decirles que no están solos, que la Iglesia ora por ellos, que están en la comunión de los santos. Hay que reconocer estas manifestaciones del amor de Dios a través de esos ángeles, de esas personas especiales, de esos hermanos que se preocupan y sufren con nosotros las enfermedades. Llegaron a consolar a Jesús porque entre más sufría más oración hacía.
En la oración llega Jesús a otra etapa cuando dice: “que no se haga mi voluntad sino la tuya”. ¡Cómo cuesta decirlo! Y solo está al alcance de las almas grandes. Yo quiero sanar, que pase de mí este cáliz, que se resuelvan las cosas; yo quiero paz, consuelo, no quiero pasar por estos momentos de oscuridad, pero que se haga tu voluntad, Señor.
Me conmueve mucho el testimonio que daba santa Bernardita, que decía que cuando uno ha visto a la Virgen, uno quisiera morirse en ese momento para volverla a ver. Es tan bella la Señora que dan ganas de morirse para volverla a ver. Si tú ya la viste, no quisieras dejar de verla.
En cierta ocasión una hermana religiosa le enseñó a Bernadette una foto de los lugares de Lourdes y manifestaba la grandeza de haber sido elegida para tan gran don. Bernardita se limitó a sonreír y, con aparente ingenuidad, preguntó: “- Hermana, ¿para qué sirve una escoba? - Para barrer. Bernardita siguió preguntando: - ¿Y después? - Se guarda en su sitio, detrás de la puerta. - Así ha hecho la Virgen conmigo. Me usó y me ha vuelto a poner en mi sitio. Y yo estoy muy bien así”.
No pretendo grandezas, no tengo ambiciones de otro tipo, yo sé lo que hizo la Virgen conmigo, la misión que he cumplido en la vida y eso vale para la eternidad. “La Virgen me usó”, lo decía con palabras que cuesta entender y delante de las cuales se puede uno escandalizar, pero reflejan la grandeza del alma de Santa Bernardita. La Virgen me usó, después me pusieron detrás de la puerta y ahí quiero estar. Ese es mi lugar. Ahora me toca hacer oración por la Iglesia y por los enfermos.
No quiero perder la comunión con Dios porque teniendo a Dios nada nos va a faltar. Por tanto, vayamos al sagrario para platicar con Jesús. Y antes de hablar de penas y dolores, comiencen manifestando el amor a Dios. Antes que cualquier petición hagan esta confesión de amor. Díganle a Dios que lo aman, que están agradecidos por todo lo que han recibido de Él. Ahorita están enfermos y pasan por dificultades, pero no toda la vida ha sido así. Y uno tiene que ser agradecido por todo lo que ha vivido, construido y alcanzado por la providencia de Dios.
Piensen en todas las bendiciones que han llegado a su vida, agradézcanlas. Y ahora, como Jesús, detengamos un poco en las lágrimas, sufrimientos, enfermedades y tribulaciones. A la hora de abrirle el corazón a Dios para exponer este sufrimiento, vamos hacerlo como Jesús, en oración, no lo hacemos en un tono de queja, reclamo o rebeldía, sino en oración.
Díganle a Dios: aquí están mis llagas, mis heridas, dolores, padecimientos, enfermedades, el diagnóstico que me ha dado el médico, la lucha de todos los días, la incertidumbre sobre lo que va pasar. Esta es mi realidad, mi pena, aflicción y tristeza, y la pongo, Señor, en tus manos.
Pongo en tus manos esto que no puedo cargar solo. Y por la intercesión de la Virgen María, te suplicamos, Señor, nos asistas para seguir luchando, para recuperar la salud y para no perder la fe.
Que la enfermedad no nos haga perder de vista todo lo que tenemos: “Tienes a Dios y la protección de la Virgen. ¿Qué más puedes pedir? No digas que te falta algo porque lo tienes todo” (San Rafael Arnáiz). No olvidemos, estamos en el corazón de la Madre: “La Virgen Dolorosa. Cuando la contemples, ve su Corazón: es una Madre con dos hijos, frente a frente: Él... y tú” (San Josemaría Escrivá).

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