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SURSUM CORDA. No solo hago lo que se me pide, sino que, a ejemplo de María, tú Señor puedes hacer conmigo lo que quieras

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SURSUM CORDA

No solo hago lo que se me pide, sino que, a ejemplo de María, tú Señor puedes hacer conmigo lo que quieras

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Me gusta mucho la fe de Abram. Se trata de una fe fascinante que se pone como el ideal de nuestra fe. Quizá me gusta mucho su fe porque, lamentablemente, no es así mi fe. La fe de Abram es confiada, generosa y absoluta.
Le basta a Abram la palabra, el hecho que Dios se dé a conocer y haga una encomienda concreta sin mayores explicaciones, sin explicar todo de una vez. Para Abram el hecho que Dios se manifieste es suficiente para que crea en Él, para que espere el cumplimiento de sus promesas.
De acuerdo a las metas, sueños y propósitos que uno va teniendo en la vida, siempre visualizamos el ideal. Así que a nivel de la vida de fe ese es mi ideal: llegar a tener una fe como la de Abram y la Santísima Virgen María, una fe total como la de tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia.
María en este caso no sólo se muestra disponible para hacer lo que Dios le pide, sino para ser completamente del Señor. Por eso, en la vida de fe, la disponibilidad hay que afianzarla con la identidad, como María que hace con generosidad lo que se le pide pero quien se considera la esclava del Señor. Es como decirle a Dios: “No solo hago lo que se me pide, sino que tú Señor puedes hacer conmigo lo que quieras”.
¡Qué fe tan grande, qué fe tan fascinante y total! Nuestra fe es muy diferente. Nuestra fe suele ser parcial, calculadora y racional; depende del criterio humano y de lo que nos suena lógico y razonable. Pero no llegamos todavía a una fe generosa, confiada y absoluta como la que se destaca de nuestro padre Abram.
Esto lo relaciono con el mensaje que recibí en la juventud de parte de Juan Pablo II, que con cariño y alegría solía decir: “No tengan miedo de abrir las puertas a Cristo”. “No tengan miedo de mirarlo a Él”. El Señor no nos va a tomar el pelo; Él no nos engaña ni defrauda nuestras esperanzas. Este mensaje relacionado con el proceder de Abram, nos ayuda a entender que así es el camino de la fe.
Uno quisiera tener resuelto todo el problema de la vida, quisiera tener claridad sobre cada una de las etapas que se van recorriendo en la vida y resulta que Dios siempre se manifiesta, pero nos anuncia lo que necesitamos para el momento que vivimos. Dios nos concede su gracia, pero no la da por adelantado, para que aprendamos a confiar en Él y no en nuestras capacidades. Dios va revelando lo que se necesita para cada uno de los pasos que nos toca dar en el camino de fe.
En nuestro camino cuaresmal hay que aceptar esta respuesta y abrirnos a la invitación que Dios nos hace, para que este sea nuestro ideal: llegar a confiar simplemente porque Él lo dice, porque esta palabra viene de Dios. Aunque creamos que se nos pide algo que va más allá de nuestras fuerzas, humanamente hablando uno tiene la capacidad para creer, para llegar a decir: me basta la palabra de Dios, no necesito explicaciones, no necesito demostraciones científicas; me basta la palabra de Dios, es suficiente el hecho que Dios diga esta palabra para que creamos en ella y podamos entregar toda nuestra vida, como Abram, para su cumplimiento.
A nivel positivo nos cuesta abrirnos para confiar en una palabra como ésta. Pero a nivel negativo, qué fácil creemos en otras cosas. Basta que alguien venga y te hable mal de los demás y uno cree. Aunque las personas digan las cosas de mala fe, uno les cree. Cuando se trata del ideal, cómo nos resistimos y cómo nos cuesta, pero cuando se trata de cosas negativas, qué fácil caemos en la trampa. Creemos fácilmente tantas cosas que se dicen sin fundamento y con la intención de confundirnos, meter cizaña y apartarnos de la verdad.
Creemos en tendencias modernas e ideologías llamativas, sensacionalistas, pero que no tienen fundamento y nos cuesta mucho hacer un discernimiento para no dejarnos llevar y perder nuestra identidad. Eso nos pasa muchas veces y por eso pienso que sí tenemos la capacidad para creer en un sentido positivo, porque a veces creemos en un sentido negativo y tan fácilmente podemos cambiar todo el concepto que tenemos de las personas y de la vida, por algunas cuantas cosas que ni siquiera nos constan.
En este camino cuaresmal estamos llamados a pensar cómo es nuestra fe, y cómo, a ejemplo de Abram y de María, tendría que bastarnos el hecho que la palabra viene de Dios. Por eso, a los apóstoles se les pide en el acontecimiento del monte Tabor que escuchen a Jesús, como se nos pide a nosotros escuchar a Jesús que siempre nos va dar palabras de vida eterna, de paz y de consuelo, que siempre nos revelará la verdad que necesitamos conocer.
Jesús no es un peligro para nuestra realización, no es un obstáculo para nuestra felicidad, sino todo lo que necesitamos para alcanzar las metas más nobles de nuestra vida.
El Padre del cielo nos dice ahora a nosotros: “Escuchen a Jesús”. no olvidemos cómo hemos escuchado a tantas personas que nos han metido malas ideas, que nos han quitado la paz, a gente que nos ha acelerado de manera negativa. Tenemos que darnos la oportunidad de escuchar a Jesús: escuchen a Jesús para que reconozcan cómo llega la paz al corazón y cómo abre los horizontes en la vida.
Escuchar a Jesús, es lo que necesitamos para continuar con este camino, de tal manera que veamos cómo delante de nuestros ojos se abre la gloria de Cristo Jesús. Se nos pide escuchar y descender del monte de la transfiguración porque nos espera la vida, porque está pendiente una misión, porque aguarda la realidad que puede ser muy dolorosa, pero que la comenzamos a ver de manera transfigurada a través de la luz que Jesús nos ha compartido.
Por lo tanto, como Abram, la fe es salir, ponerse en camino sin saber más allá de lo que se nos pide; como Pedro, Santiago y Juan, la fe es subir al encuentro del Señor, sorprenderse y estar a la espera de la luz definitiva para descender y llevarla a las realidades más oscuras de la vida. Y, como María, la fe no es sólo disponibilidad para hacer lo que se nos pide, sino entrega total para ser de Dios, para que Él haga en nosotros lo que quiera.
Aspira a tener esa fe de Abram y de María: “Hoy contémplalo radiante, luminoso y alegre, y guarda en tu corazón esa delicia. Y mañana, cuando lo veas crucificado, recuerda que es el mismo a quien amaste luminoso. Entonces le dirás: «En el Tabor o en el Gólgota, mi cielo eres Tú»” (José F. Rey Ballesteros).

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