SURSUM CORDA
Como San José, asumir y amar lo que no hemos elegido
Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pudiera parecer forzada la relación que consiguiéramos trazar sobre la cuaresma y la vida de San José, cuya celebración aparece precisamente en este tiempo litúrgico. Es más propio y natural vincular a San José con los acontecimientos que sucedieron en torno al nacimiento de Jesús y desde allí proyectar toda su bondad y su virtud.
Sin embargo, el proceso de fe que tratamos de consolidar en este tiempo de cuaresma encuentra en José un estímulo. A diferencia de la Santísima Virgen María que vio al ángel, que recibió un mensaje directo de parte de él y que, por tanto, tenía la evidencia de la manifestación de Dios, a José le toca solo confiar y abandonarse en los designios de Dios.
Lo que Dios pide a José es verdaderamente vertiginoso. María tiene la prueba de que Dios ha hablado. En cambio, José no ha visto, no ha tenido una experiencia tangible, como María, por lo que le queda fiarse de lo que se le pide y abrirse a la voluntad de Dios.
Paradójicamente, y desde este hecho en particular, José debe tener más fe que María, debe creer y confiar más que Ella. María tiene evidencias, ha visto la gloria de Dios y lleva en su seno al Salvador del mundo. José, por su parte, está en la oscuridad y en la oscuridad solo queda fiarse.
Dios ha venido a cambiar radicalmente sus planes. Pero la anunciación a José no es tan clara y contundente como lo fue con María. Así que José comienza a razonar e interpretar los hechos desconcertantes que está viviendo, se empiezan a mover sentimientos muy dolorosos en su corazón y en esos momentos de incertidumbre y tribulación se le anuncian los planes de Dios, aunque no con la claridad con la que se le anunciaron a María.
Exactamente en esta parte es donde José se convierte para nosotros en un referente muy necesario para nuestro crecimiento espiritual, para descubrir a Dios en las circunstancias concretas de nuestra vida y para reconocer, en medio de la complejidad de los acontecimientos, lo que Dios quiere para nosotros.
Siguiendo la vida de José, conforme al relato evangélico, quisiera señalar los pasos que fue dando para conocer la voluntad de Dios, en medio de la crisis matrimonial que experimentó. Cuando nuestro crecimiento espiritual nos lleve sinceramente a preguntarnos cuál es la voluntad de Dios, sigamos el ejemplo de San José.
En primer lugar, es fundamental el buen juicio. No podemos permitir que los acontecimientos difíciles dobleguen la bondad de nuestro corazón y nos lleven a actuar en contra de nuestras convicciones. Se pueden pensar muchas cosas de los acontecimientos y reaccionar hasta de manera visceral, por lo imprevisible y doloroso de las situaciones que enfrentamos.
Pero después del impacto que producen los acontecimientos tenemos que actuar con prudencia y bondad, como José, para que, en medio de la confusa mezcla de pensamientos y sentimientos, prevalezca el buen juicio que nos lleve a ser objetivos con lo que está pasando y fieles a nuestras convicciones. No hay que perder nunca nuestra bondad, por muy dolorosa que sea la realidad que enfrentamos.
Lo importante es que la voluntad de Dios siempre va a coincidir con nuestro buen juicio. Dios se manifiesta en la medida que juzgamos con rectitud y bondad acerca de los acontecimientos. Si nos desborda la ira y reaccionamos con la misma maldad que se puede descargar contra nosotros, no coincidiremos con la voluntad de Dios.
En medio de tantos razonamientos y sentimientos que brotaban de su corazón, José pensó salvar a María, no pretendió hacerle daño. Prevaleció su bondad y el amor tan grande que sentía por Ella. Nada haría cambiar el amor que profesaba a María. En este aspecto se vincula precisamente con la voluntad de Dios. De ahí que la tradición de la Iglesia se refiere a él como un varón justo y prudente.
En segundo lugar, siempre que se trate de cumplir la voluntad de Dios es importante la decisión que se toma por el bien. No podemos esperarnos a tener todas las evidencias que quisiéramos para estar seguros de cuál es la voluntad de Dios. En la vida esperamos certezas, pero hay que tomar decisiones. Lo equivocado es no tomar nunca decisiones y pasarnos toda la vida en la nostalgia, en la indecisión, en la tibieza, en la inacción.
José no eternizó la duda y las conjeturas. Tampoco reaccionó de manera visceral dejándose llevar por sus pasiones, sino que, en base a su corazón, en base a su amor, decidió por el bien. Amaba a María, estaba comprometido con Ella y, a pesar de que habían cambiado dramáticamente los escenarios, la siguió amando, decidió hacerle el bien, cuidar su vida y la de su Hijo.
En tercer lugar, aunque quisiéramos evidencias para estar seguros, el hecho es que se puede intuir lo verdadero, lo mejor, lo que nos ennoblece. La verdad es algo que se intuye, se siente dentro, aunque no sabe uno explicarlo. Llegas a darte cuenta que es más grande que tú, que tus razonamientos, que tu lógica y que, aunque sea incómodo y difícil lo que hay que hacer, sin embargo es lo verdadero, lo bueno, lo que más ennoblece tu vida.
José, en medio de la ambigüedad de un sueño, siente que no es una fantasía, que no es su subconsciente, sino que hay una voz que acoger, una verdad a la que se debe adherir. A pesar de las resistencias, se siente atraído hacia el bien. Siente que no tendrá que renunciar al amor y podrá estar toda la vida al lado de la mujer que ama, sirviendo juntos al designio de Dios.
San Agustín señala que hemos sido creados para la verdad y cuando se presenta sentimos como una atracción, la advertimos interiormente, sabemos que es así. En nosotros hay una parte objetiva que precisamente es el corazón. La razón a través de los argumentos se resiste a aceptarla, pero el corazón reconoce pronto la verdad de las cosas, porque cuando una cosa es verdadera te atrae.
En cuarto lugar, la voluntad de Dios no va coincidir con nuestros razonamientos y propósitos. La voluntad de Dios supera nuestros razonamientos, pero no arrancándolos ni combatiéndolos, sino alargándolos, empujándolos más allá de la lógica humana. La voluntad de Dios nos lanza a una vida plena, llevándonos más allá de las metas que habíamos concebido.
Por eso, se nos pide hacernos responsables de lo que ya está y que no hemos elegido: hacernos cargo de los acontecimientos. Se nos pide ser fieles a lo real, a lo que demanda nuestro compromiso. La vida está hecha de cosas que hemos elegido y de cosas que nos hemos encontrado en la vida, que tuvimos que aceptar.
El tentador siempre nos lleva a especular sobre lo que no hay, sobre lo que debería ser; quiere sacarnos del presente, separarnos de la realidad y hacernos prisioneros del pasado y de los remordimientos, o de un hipotético futuro. José nos recuerda que estamos llamados a asumir y amar lo que no hemos elegido. Allí encontraremos nuestra grandeza y felicidad.