SURSUM CORDA
Después de los ramos, vendrán los clavos y latigazos
Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Percibimos y somos alcanzados, en la liturgia de la Iglesia, por el ambiente de regocijo que causó Jesús al llegar a Jerusalén. Pero de este ambiente festivo pasamos inmediatamente al relato de la pasión, donde hay escenas de burla, sufrimiento y descalificación.
Hay un contraste evidente entre la aclamación y la condenación; entre la alabanza y los gritos; entre la alegría que siente la gente cuando llega Jesús y el odio que le expresa cuando piden su crucifixión. Delante de este contraste siempre cabe cuestionarnos: ¿Qué pasó con esa gente? ¿Qué sucedió con esas personas, que un día lo aclamaron y cinco días después pidieron su muerte? ¿Cómo se puede pasar rápidamente de la euforia al odio, de la aclamación a la condenación?
Queda para nosotros esa incógnita de lo que sucedió, de la manera como se azuzó a la muchedumbre, de la forma como se manejó el odio hacia Jesús para que también impactara en esas personas que previamente se habían alegrado con su llegada.
Como dice el P. José F. Rey Ballesteros: “La masa es un monstruo amorfo que devora las almas de los hombres. El hombre se introduce en la masa, disuelve en ella su alma y se deja llevar. Quien hoy grita: «¡Hosanna!», mañana gritará: «¡Crucifícalo!». Todo depende de quién mueva los hilos”.
Estamos delante de una historia que desborda las páginas de la Biblia y que se extiende prácticamente hasta nuestros días. La palabra también destapa nuestros contrastes y contradicciones.
Bastaría que nos preguntáramos, a propósito de este contraste que aparece al inicio de Semana Santa: ¿Qué le pasó a esta mujer que antes era alegre y fervorosa? ¿Qué ha quedado de ella? ¿Qué le pasó a este hombre que antes era responsable y entregado? ¿Qué ha quedado de él? ¿Qué le pasó a este matrimonio enamorado? ¿Qué le pasó a esta familia que se quería, respetaba y estaba unida y que con el paso del tiempo han ido apagando su amor? ¿Qué pasó con esos amigos que se querían tanto y que eran incondicionales, pero que cuando llegaron otros intereses cambiaron la dinámica del amor? ¿Qué le pasó a esas personas que venían mucho a la Iglesia y amaban tanto a Dios, pero que de repente se alejaron del Señor?
Contrastes, pues, que desbordan las páginas de la Biblia y que destapan nuestra propia problemática. De ahí que también nos preguntemos respecto de los sueños, ilusiones, metas y convicciones: ¿Dónde quedaron? ¿Dónde quedó ese hombre bueno, esa mujer buena, dónde quedó esa persona honesta, dónde quedaron nuestros sueño e ilusiones, cuando sin darnos cuenta se fue poco a poco apagando la fe y perdiendo la admiración que sentíamos por Jesús?
Cuántos de nosotros nos veíamos verdaderamente alegres, convencidos y entregados, pero con el paso del tiempo se ha ido apagando el amor. Y al apagarse el amor ya no volvemos a ver las cosas como una vez, ya no se tiene la misma convicción de una vez, y nos dejamos atrapar por tantas ideas, corrientes y modas que al final nos ponen incluso en el lado contrario de donde estábamos.
No es únicamente que la gente dejó de apreciar a Jesús y ya no comulgaba con él; no es únicamente el hecho que ya no lo vieron con simpatía, sino que se pusieron en el lado contrario para atacarlo, condenarlo y pedir su muerte. A veces así nos vemos.
Puede ser que muchas veces seamos indiferentes en el trato con Dios y que nos alejemos de su palabra, que ya no tengamos ánimo de seguir la vida cristiana. Pero esa línea es muy delgada para pasar de la indiferencia al ataque, del alejamiento al desprecio de las cosas de Dios. Nadie está exento de romper esa línea tan sensible, como le pasó a los apóstoles que eran amigos, cercanos é íntimos de Jesús y que llegaron a negarlo y traicionarlo.
No es únicamente la indiferencia que hemos sentido muchas veces, el distanciamiento de la fe que hemos vivido en algunos momentos de nuestra vida, sino darnos cuenta que lo más grave y trágico de esta historia es cuando uno combate frontalmente a Dios, cuando uno abiertamente se pone en contra de los designios de Dios y cuando, sin darnos cuenta, de ser amigos pasamos a ser enemigos de Dios.
Puede ser que en ocasiones no nos guste un artista, un deportista o un comentarista y simplemente lo dejamos de escuchar y de seguir. No es que por ese hecho pasemos a odiarlo o desearle lo peor. Sin embargo, eso pasó con la gente que primero aclamó a Jesús. Bastaba con que lo hubieran dejado de escuchar y apoyar. Pero pasaron a atacarlo y fueron incitados a pedir su muerte.
Por eso, el P. Rey Ballesteros comenta que: “El demonio dejó su semilla en nosotros. Cuando la gracia no llena el alma, algo hay en ella que odia a Dios”.
Que esta Semana Santa reafirmemos nuestra identidad cristiana y cultivemos nuestro amor a Jesús para que nunca nos convirtamos en enemigos de Dios. Convertimos en oración este mensaje que hemos recibido:
Después de una entrada apoteósica, no damos crédito al comportamiento de la gente.
Después de las aclamaciones, comienzan a llegar las reclamaciones y acusaciones.
Después de la aceptación, vendrá la condenación.
Después de los ramos, vendrán los clavos y latigazos.
Después de las ovaciones, vendrán los gritos.
Después de las alabanzas, vendrán las burlas
Después del ¡Hosanna!, gritarán ¡Crucifícalo!
Domingo de contrastes y contradicciones.
Domingo que revela la inconsistencia en el corazón del hombre.
Hoy te ama y te necesita, quien mañana te aborrece.
Hoy te busca, quien mañana se aleja de ti.
Hoy te recibe, quien mañana te rechaza.
Hoy te aplaude, quien mañana te crucifica.
Hoy comparte tu causa quien mañana te traiciona.
Dónde quedaron los que lo aclamaron y recibieron con júbilo.
Dónde quedaron los que lo siguieron y fueron bendecidos con sus milagros.
Dónde quedaron los que fueron amados y rescatados por Jesús.
Dónde quedaron tantos discípulos que lo reconocieron como Hijo de Dios.
Solo se dedicó a hacer el bien y no hicieron nada por él.
Solo compartió amor y fue tratado con desprecio.
Solo iluminó al mundo con su luz y lo quisieron confinar en la oscuridad.
Solo nos trajo la salvación y dictaron su condenación.
Solo difundió la Vida y le provocaron la muerte.
A partir de este domingo de contradicciones nos cuestionamos:
Dónde quedó aquella mujer alegre y fervorosa.
Dónde quedó aquel hombre entregado y fiel.
Dónde quedó aquel matrimonio enamorado.
Dónde quedo aquella familia unida.
Dónde quedó aquella persona buena, caritativa y servicial.
Dónde quedaron todos esos hermanos que amaban tanto a Dios y a la Iglesia.
Dónde quedaron esos amigos incondicionales.
Dónde quedaron nuestros ideales e ilusiones.
Dónde quedaron nuestras promesas y compromisos.
Aunque hayamos procurado tu muerte, Señor, no dejes de escuchar mi plegaria:
“Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”.