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SURSUM CORDA. La pascua de la Magdalena: del llanto a una alegría imposible de describir

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SURSUM CORDA

La pascua de la Magdalena: del llanto a una alegría imposible de describir

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

El barroco mexicano ha destacado los aspectos dolorosos de los personajes de la Biblia. En la pintura, en el arte y en la escultura aparecen con frecuencia los hombres y mujeres de la Biblia marcados por el sufrimiento; llega a impresionar y a ser sumamente revelador el aspecto de la sangre, en las imágenes de Jesús y de los mártires.
Los evangelios de la pascua nos recuerdan una de las imágenes de la Magdalena que más se ha quedado en el imaginario de nuestro pueblo. Se le recuerda y se le asocia al sufrimiento ante la muerte de Jesús. En su búsqueda ansiosa del cuerpo del Señor, después de comprobar que el sepulcro está vacío, llora sin consuelo porque, como ella misma dice: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto”.
Es tan grande su sufrimiento que incluso no la consuelan los ángeles que aparecen y conversan con ella. De ese tamaño es su sufrimiento que ni siquiera la presencia de los ángeles la consuela. Incluso, en medio del sufrimiento y las lágrimas no reconoce a Jesús cuando también se presenta. Su dolor no le permite reconocer al Señor Jesús, a quien confunde con un jardinero.
A veces se sufre demasiado y no se logra ver nada más. No vemos al Señor ni lo reconocemos, hasta el momento que nos hace preguntas y nos llama por nuestro nombre, como a María Magdalena.
Las lágrimas de la Magdalena nos enseñan que el verdadero temor de Dios es el miedo a perderle, a no darnos cuenta de su cercanía, a dejar pasar sus requerimientos y sus gracias. “Sin Jesús no estamos bien”, como decía San Josemaría Escrivá. El amor auténtico pide eternidad. Amar a otra persona es decirle “tú no morirás nunca”, como decía Gabriel Marcel. De ahí el temor a perder el ser amado.
Esta es la imagen que más recuerda nuestro pueblo acerca de María Magdalena: una mujer que sufre, una mujer que llora, una mujer que no encuentra el consuelo después de la muerte de Jesús y, especialmente, cuando no encuentra su cuerpo en el sepulcro esa mañana de la resurrección.
En su experiencia histórica de sufrimiento nuestro pueblo se ha identificado con estas imágenes dolorosas de Jesús y de los santos, porque ha encontrado en ellos un motivo para seguir luchando y nunca perder la esperanza. En su condición de ser un pueblo sufriente que sigue padeciendo tantas injusticias, estas imágenes, que remarcan el dolor, generan esperanza en Dios y afianzan en la bondad para no responder con la misma maldad.
Sin embargo, para completar la revelación de las Sagradas Escrituras hace falta destacar la otra parte de esta historia que también es gloriosa y lleva a las personas a vivir su propia experiencia de pascua. Del dolor y la muerte, pasar a la gloria del Señor resucitado; del miedo y el remordimiento de los apóstoles, pasar a verlos valientes y entregados, anunciando a Cristo resucitado; del sufrimiento y las lágrimas de la Magdalena, pasar a verla llena de emoción anunciando a Jesucristo resucitado.
Sin dejar de considerar la imagen de la mujer que sufre, la cual ha sido fuente de fortaleza, esperanza e inspiración para nuestro pueblo, destacar ahora a la mujer alegre, a la mujer valiente, a la mujer que tiene el entusiasmo para anunciar su encuentro con Cristo resucitado.
El evangelio conserva esas pocas palabras de la Magdalena en la mañana de la resurrección que fueron suficientes para levantar el ánimo de los apóstoles. Con qué alegría diría esas pocas palabras, con que pasión anunció en ese momento al Señor, con cuánta prisa y determinación reveló lo que estaba pasando, que fueron suficientes estas palabras para que los discípulos creyeran, se movilizarán y comenzaran arder sus corazones.
Corriendo, llegó a decir a los apóstoles: “¡He visto al Señor!” Y a partir de este anuncio comenzó a resurgir la Iglesia y, aunque no todos aceptaron su mensaje, volvieron los hermanos a creer en las Escrituras y en el cumplimiento de las palabras de Jesús.
Eso mismo sucede con Pedro y los apóstoles que cuando se liberan de sus miedos y son alcanzados por la alegría pascual, predican sobre la muerte y la resurrección de Jesús de tal forma que tocan el corazón de los judíos que se conmueven, al grado de llegar a preguntarles: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”
Por eso, al barroco mexicano hay que acercar todas esas imágenes bíblicas de la luz, de la paz y de la alegría que deja Jesús, de la experiencia de pascua que provoca en todas esas personas cuando al tener un encuentro con Cristo pasan del dolor a la alegría, de la oscuridad a la luz, del miedo a la valentía, de la desolación a la esperanza.
Pero la pascua son las dos cosas. El amor del Señor que se vive en el dolor de la cruz y en la gloria de su luz y resurrección. La Magdalena inspira y sostiene la fe de este pueblo en su situación histórica de sufrimiento, pero también lo inspira y le da esperanza al demostrar que el encuentro con Cristo transforma los sufrimientos más grandes y las peores situaciones que podamos pasar.
Nos hemos acostumbrado a pensar que la resurrección es sólo una cosa que nos espera al otro lado de la muerte. Y nadie piensa que la resurrección es también, entrar «más» en la vida.
María Magdalena es la primera entre los discípulos que vio a Jesús resucitado. Sus lágrimas de dolor se convirtieron, en pocos segundos, en lágrimas de emoción. Jesús confía a esta mujer fiel el primer anuncio de la gran noticia: “No me toques... anda, ve a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20, 17). El luto de su corazón se ha convertido en una fiesta imposible de describir.
Queda en la Magdalena el ejemplo para los evangelizadores de nuestro tiempo. No se necesitan muchas palabras, sino anunciar esa palabra que recibimos con tal pasión y emoción que eso sea suficiente para que los hermanos crean y acepten a Cristo vivo y resucitado por nuestra salvación. Como dice Mons. Javier Echevarría:
“La humanidad necesita mujeres y hombres así: capaces de acudir sin cansancio a la misericordia divina, leales al pie de la Cruz, atentos a escuchar –en las tareas ordinarias de cada jornada– el propio nombre de los labios del Resucitado”.
Tomemos en cuenta la recomendación de Santa Teresita a quien le impactó tanto la vida de Santa María Magdalena, para que no dejemos de imitarla: “Sobre todo, imito la conducta de [María] la Magdalena. Su asombrosa, o, mejor dicho, su amorosa audacia, que cautiva el corazón de Jesús, seduce al mío. Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a él”.

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