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SURSUM CORDA.Espera al Espíritu Santo como se espera al amor, como se espera un beso

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SURSUM CORDA

Espera al Espíritu Santo como se espera al amor, como se espera un beso

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

El Señor Jesús nos ha ilusionado, sus palabras nos han emocionado y han despertado el profundo deseo de recibir al Espíritu Santo. Su evangelio hace posible que nosotros pidamos con insistencia la presencia del Espíritu Santo, después de señalar los efectos que producirá en nuestra vida.
Nos encontramos en la Iglesia intensificando nuestra oración, al reconocer que necesitamos al Espíritu. Por eso le pedimos al Señor que se fije en nuestra oscuridad, para que nos mande la luz; que se fije en nuestra mentira, para que nos regale la verdad; que se fije en la debilidad, para que venga a nosotros la fortaleza; que se fije en nuestro odio, para que nos infunda el amor, a través del Espíritu Santo.
Al abrir su corazón y hablarnos del Espíritu, el Señor Jesús genera emoción y esperanza, al hacernos sentir amados y asistidos por esta fuerza que viene de lo alto.
Dice el papa Benedicto XVI que: “El Espíritu Santo se derramó de modo sobreabundante, como una cascada capaz de purificar todos los corazones, de apagar el incendio del mal y de encender en el mundo el fuego del amor divino”.
Sin embargo, el Espíritu Santo no es una emoción pasajera ni un estado afectivo. El Espíritu Santo es el don del Señor que provoca una trasformación y que nos da un corazón nuevo. No deja, pues, una emoción fugaz, sino un estado permanente de renovación y alegría en la vida de un cristiano. “El Espíritu Santo da a los creyentes una visión superior del mundo, de la historia y los hace custodios de la esperanza que no defrauda” (Benedicto XVI).
Precisamente por eso necesitamos prepararnos para recibir al Espíritu Santo. Se puede sentir una emoción y una alegría pasajera, pero ahí no está el Espíritu. El Espíritu está si hacemos los actos propios del Espíritu, si vivimos el evangelio, si fundamos nuestra alegría en Jesús y si somos de verdad espirituales.
Dentro de las cosas que nos emocionan de la predicación de Jesús acerca del Espíritu Santo podemos referirnos a la forma como va describiendo su acción sobre nosotros. Dice Jesús que el Espíritu Santo es el defensor. Porque la Biblia también señala que hay un acusador. El Espíritu Santo es el defensor y el espíritu no santo es el acusador, el que nos acusa ante nuestro Dios día y noche (Cfr. Ap 12, 10), el que nos condena, el que nos recuerda nuestros pecados, el que nos acusa para que nunca recuperemos la alegría.
Hay alguien que te acusa y hay alguien que te defiende. El Espíritu Santo hace que Dios vea tu bondad, tus buenos sentimientos, tu corazón. Hace posible que Dios vea que eres su hijo, que amas a Jesús, que amas a la Virgen María y que quieres regresar a Él. Cuando llega una acusación, una condena, el Espíritu es el que te defiende.
Por lo tanto, si tenemos un defensor tenemos que imitarlo. Si tú pides que el Espíritu venga a tu vida, defiende a los demás. Nunca vayas a la oración a acusar a los demás, porque estarías actuando como el demonio que es el acusador. No interpretes los momentos de oración como momentos de acusación.
Cómo quisiéramos que paguen aquellos que nos han hecho sufrir, que nos han hecho el mal. Pero si caemos en esta tentación somos presa del espíritu del mal y nos convertimos, como él, en acusadores, en condenadores.
Si quieres recibir al Espíritu defiende, no acuses; defiende, no condenes. Defiende y aboga por los demás como el Espíritu lo hace contigo. Has cometido errores, tienes pecados, hechos reprobables en tu vida, pero con todo eso, el Espíritu te defiende en la presencia de Dios para que el amor te lleve a un verdadero cambio en la vida.
Si has caído en la tentación de juzgar y condenar a tus hermanos, ahora defiéndelos en la presencia de Dios y no condenes; haz oración por ellos. Esto no quiere decir que seas cómplice del mal y que pases de largo ante los delitos, ante las evidentes injusticias. Esto no quiere decir que te hagas insensible ante los pecados de esa gente. Lo que quiere decir es que el juicio lo tiene Dios. Nosotros somos muy rápidos para juzgar y condenar y Dios, en cambio, ve más que nosotros y se toma su tiempo, porque no pierde la esperanza y trata de salvar a todos.
A quienes has juzgado y condenado ahora defiéndelos en la presencia de Dios. Defender no es inventar lo que no existe; no se trata de inventar virtudes que no tienen. Puede ser que haya personas injustas, perversas, pero defiéndelas ocupando para su defensa las mismas palabras que le escuchamos a Jesús: “no saben lo que hacen”.
No son palabras nuestras, son palabras del Señor. Para mí esas personas eran conscientes del daño que le provocaban a Jesús cuando lo estaban lastimando, abofeteando, injuriando, crucificando. Para mí eran conscientes, pero tú dijiste, Señor: “no saben lo que hacen”.
Al defenderlos no estarás inventando la bondad y las virtudes que no tienen. Pero le puedes decir a Jesús, como él lo dijo de sus acusadores: mira, Señor, esta persona no sabe lo que hace; no sabe lo que me provocó, no sabe cuánto me hirió y perjudicó en la vida.
Cada quien tiene que enfrentar tu juicio, Señor. Pero que sea tu juicio y no mi juicio; porque si yo enjuicio, condeno, y tu juicio es más profundo y misericordioso que lo que yo pueda ver de esas personas.
Imita al Espíritu Santo y defiende a esas personas. Defiende a los que te han hecho llorar y te han lastimado en la vida; a los que te han provocado depresiones y te han quitado lo que es tuyo. Defiéndelos sin ocultar su pecado, pero por lo menos diciendo las palabras misericordiosas de Jesús: “no saben lo que hacen”. Pide que Dios se muestre misericordioso con ellos para que descubran su maldad y se arrepientan de sus malas acciones, para que enmienden el camino y dejen de lastimar y perjudicar a los demás.
Defiéndelos, como a ti el Espíritu te defiende de tus maldades y estupideces. Defiéndelos para que cuando recibas al Espíritu Santo no sea puro sentimiento y emoción, sino una renovación, un corazón nuevo que acepte el don que viene de lo alto.
“El Espíritu Santo nos guía como una madre... como una persona que ve conduce a una persona ciega” (Santo Cura de Ars). El Espíritu Santo es lo que necesitamos en estos tiempos de oscuridad, ataques y confrontaciones. Por eso, no dejemos de prepararnos e ilusionarnos con esta promesa de Jesús.
“¿Cómo esperar al Espíritu Santo? Como se espera al Amor. Como se espera un beso. Como un sediento espera el agua. Como se espera la luz cuando es de noche. Quienes lo esperan así, el próximo domingo lo acogerán en sus almas. Y sabrán, sin que medien palabras humanas, que Dios los ama” (José F. Rey Ballesteros).

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