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Sursum Corda. Buscamos a Dios ante la necesidad de consuelo y nos deja heridos

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Sursum Corda

Buscamos a Dios ante la necesidad de consuelo y nos deja heridos

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Dentro de la vida espiritual nos cuesta trabajo, al principio, entender el estilo que Dios tiene para llevarnos en un camino de fe. Nos resulta muchas veces paradójico que cuando nos sentimos realmente inspirados para suplicar a Dios el consuelo, la luz y la paz, recibamos el efecto contrario. Es decir, vamos a la Iglesia y buscamos a Dios con una gran necesidad de paz y de consuelo, y más bien quedamos heridos.
Salimos cuestionados y heridos de amor porque, aunque no conseguimos en ese momento lo que pedimos, sentimos la necesidad de no salirnos de este camino, de no alejarnos del Señor y de seguir profundizando en la forma como va llegando a nuestra vida.
Nos toca en situaciones difíciles e incómodas como estas respetar la pedagogía del Señor y no cerrarnos a su infinita bondad, sobre todo cuando queremos aplicar los criterios humanos para tratar de entender o inconformarnos con el estilo de Dios.
En mi caso muy personal confirmo que esa es la forma como Dios sigue trabajando en mi vida. Particularmente así me he sentido en los últimos días, al meditar en la segunda carta de San Pablo a los corintios. Esta herida que me deja el Señor siento que se convierte en la grieta a través de la cual se cuela su misericordia.
Reconozco, por tanto, que la predicación de San Pablo (2Cor 11, 1-11) me ha dejado herido, con muchas inquietudes e interrogantes. Por lo que confirmo que éste ha sido el regalo de Dios ahora que en este mes de junio celebro 31 años de haber sido ordenado sacerdote.
Esto es lo que Dios deja en mi corazón: más que un momento de consuelo y de paz, una herida que experimento en el alma, una inquietud que llevó en mi corazón y un sentimiento de nostalgia al remontarme a esos ideales con los que comienza su ministerio un joven sacerdote.
Me ha dejado herido esta reflexión de San Pablo porque también nosotros cuando deseamos el bien de los demás, cuando trabajamos por el crecimiento espiritual de los hermanos, sentimos celos de ustedes. Cómo sufrimos cuando constatamos que los hermanos están en riesgo de alejarse de Jesucristo, cuando caen en las trampas modernas que los van apartando de la Iglesia y cuando empiezan a mezclar la fe con prácticas esotéricas y espiritualistas, incluso, en el peor de los casos, cuando desvirtúan la fe sumergiéndose en el mundo oscuro de la brujería.
San Pablo reconoce que está celoso de los corintios con celos de Dios, porque los hermanos enfrentan riesgos y tentaciones que llevan ese potencial de apartarlos de la fe que han recibido, y de aceptar a un Cristo diferente al que se les ha predicado.
Como San Pablo, tengo celos de ustedes, pues me causa mucha tristeza pensar que en algún momento le den la espalda a Dios, renieguen de la gracia que conceden los sacramentos, se alejen de la Virgen María y lleguen a cuestionar el cariño, la admiración y la devoción que profesamos a los santos.
Este propósito lleva cada uno de los ataques y tentaciones que enfrentamos todos los días. Somos constantemente asediados y atacados por mentiras y campañas que descalifican vulgarmente nuestra fe y que llevan el veneno de satanás para sembrar, de manera consecutiva, la sospecha, la descalificación, la rebeldía y el alejamiento de Dios.
Se trata de tentaciones que llevan como propósito meternos en una senda que paulatinamente va llevando a relajar la fe, rebajar la fe, a mezclar la fe y renunciar a la fe, alejándonos finalmente de Dios.
Las situaciones que llevaron a Pablo a pronunciarse de esta manera nos ayudan a ser conscientes de este riesgo que enfrentamos como cristianos. Hay personas que desacreditan la labor de Pablo o que lo comparan con otros predicadores quizá más notables, de acuerdo al perfil de la cultura helénica de su tiempo. No es que Pablo caiga en la tentación de sentirse superior o mejor que los demás, sino que su paternidad espiritual lo lleva a preocuparse seriamente sobre la fidelidad de los hermanos a la recta doctrina y su perseverancia en la fe.
Ciertamente me hace temblar y me hace sufrir pensar que puedan ustedes abandonar al Señor y renunciar a este camino de fe que han recorrido, porque los riesgos son reales, los ataques están a la orden del día y la tentación no deja de seducirnos, como la serpiente que envuelve y engaña a nuestros primeros padres.
Hoy también la serpiente se acerca para hablarnos mal de Dios, para sugerirnos que Dios no quiere nuestra libertad y para ofrecernos el fruto prohibido que siempre lucirá apetitoso y prometedor, pero que guarda un veneno que apaga la vida, quita la alegría, roba la esperanza y sofoca la caridad.
Así la fe se va convirtiendo en algo marginal, dejando de sentir su poder y su ardor. Nos quedamos atrapados en las novedades, curiosidades y todo tipo de historias que son atractivas y amables al oído, precisamente como las cosas que dijo la serpiente. Comenzamos a revolver cristianismo, budismo, esoterismo, nueva era, pensando que todo es lo mismo. Empezamos a relegar la gracia de Dios y a minusvalorar el poder de los sacramentos.
Hasta que nos quedamos vacíos, porque apartarnos de Dios es exponernos al vacío, a la soledad, a la amargura y al sin sentido de la vida. Y, como nuestros primeros padres, llegamos a experimentar que el pecado no es solamente la infracción a una ley, ni tan sólo una falta moral contra nuestro ideal, sino que el pecado es una falta al amor, un acto de infidelidad. Haciendo el mal estoy hiriendo a alguien que me ama. Es una falta de atención y de fidelidad a Cristo que dio su vida por mí.
Por eso, después de exponer su preocupación por el riesgo que corren los hermanos, San Pablo pasa a demostrarles cómo Cristo vive en su vida y cómo hay que agarrarse de Jesucristo para que, a pesar de nuestra debilidad en lo que hacemos y enfrentamos, se vea que la fuerza viene de la gracia de Dios.
Si se trata de presumir, San Pablo también presume. Pero no como los hombres de nuestro tiempo que presumen la belleza física, la capacidad intelectual, el currículum académico, las proezas deportivas y hasta las excentricidades, banalidades y borracheras.
Los títulos que San Pablo presume son diferentes y van de la mano del evangelio. Por eso, se presenta como experto, pero en: fatigas, cárceles, palizas, apedreamientos y naufragios. También se presenta como curtido en: cansancio, insomnio, hambre, sed, frío y desnudez. Y si se trata de un grado importante, lo ha alcanzado únicamente ante su preocupación por todas las comunidades cristianas. Todo esto por seguir y amar a Cristo, a quien anuncia con su propia vida, sin ahorrarse nada.
Al dar gracias a Dios por tantos hombres y mujeres que nos quieren bien y sienten celos de Dios, valoremos sus desvelos, preocupaciones y sacrificios para fortalecer nuestra fe. Podemos llorar y agradecer por tanto amor, a través de las palabras de San Josemaría Escrivá:
“Dolor de Amor. -Porque Él es bueno. -Porque es tu Amigo, que dio por ti su Vida. -Porque todo lo bueno que tienes es suyo. -Porque le has ofendido tanto... Porque te ha perdonado... ¡Él!... ¡a ti! Llora, hijo mío, de dolor de Amor”.

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