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Prosa aprisa. El espionaje nuestro de cada día

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Prosa aprisa
El espionaje nuestro de cada día
Arturo Reyes Isidoro
Hace más de quince años, trabajando yo en el Gobierno del Estado, un joven pidió hablar conmigo. Lo conocía. Era un experto en informática. Di instrucciones de que pasara de inmediato.
Cuando llegué con la nueva administración lo encontré trabajando en el área que me correspondía. No lo despedí, aunque podía hacerlo, y cuando él quiso irse porque le había salido una oportunidad mejor no lo obstaculicé y le di todas las facilidades.
Entendí que en agradecimiento me iba a poner al tanto de que acababan de instalar un sofisticado equipo con el que no solo podían intervenir mis teléfonos sino incluso mi computadora y que podían escuchar, leer y grabar en tiempo real lo que hablaba o escribía. Tenga cuidado, fue su recomendación.
Con el paso del tiempo, por personas cercanas a mí, me enteré de otros equipos, como uno capaz de inhibir llamadas telefónicas en concentraciones masivas como, por ejemplo, la aglomeración de gentío la noche de El Grito, los 15 de septiembre.
No me consta que sea cierto, pero un experto policía al que conocí en el gobierno, pasados los años ya fuera de la función oficial, un día me platicó que el Palacio de Gobierno estaba sembrado de cámaras y micrófonos. Que lo sabía porque él había trabajado en la colocación de algunos.
En el bienio del gobernador Miguel Ángel Yunes Linares se prohibió que toda persona que entrara a una reunión en la Sala de Banderas del Palacio de Gobierno pasara con teléfono celular. Lo tenía que dejar en una mesa a la entrada. Los propios funcionarios no usaban teléfono celular. Tenían sus propias formas de comunicarse.
Apenas iniciada esa administración asistí a una reunión de trabajo junto con otras personas. El gobernador hizo entonces una excepción y permitió que entráramos “armados” con nuestro cel. Nos explicó porqué la restricción. Nos dijo que incluso apagado y hacia abajo, como tenía el suyo sobre el escritorio, se podía videograbar.
Hace un año, en septiembre de 2019, me sorprendió algo que encontré en la lectura del libro Vigilancia permanente de Edward Snowden. Este era un joven prodigio ingeniero de sistemas de formación que a los 20 años ya trabaja en la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos y a los 24 fue reclutado por la CIA.
Saltó a la fama a los 29 años cuando escandalizado por el uso que el gobierno norteamericano estaba haciendo de nuestra información más íntima, incluyendo su familia, decidió revelar a la prensa la red de vigilancia masiva para acabar con ella. Tuvo que exiliarse para no sufrir prisión y las consecuencias en su país.
Apenas en la página 9 del Prefacio, hace una preocupante revelación. El lugar lo ubica en Hawai: “En las profundidades de un túnel bajo un campo de piñas (una antigua fábrica de aviones subterránea de la época de Pearl Harbour), me sentaba ante un terminal desde el que tenía acceso casi ilimitado a las comunicaciones de casi todos los hombres, mujeres y niños de la tierra que alguna vez hubiesen marcado un número de teléfono o tocado un ordenador. Entre esas personas había unos trescientos veinte millones de compatriotas estadounidenses, que en el transcurso normal de sus vidas diarias estaban siendo vigilados en una crasa infracción no solo de la Constitución de Estados Unidos, sino también de los valores básicos de cualquier sociedad libre”.
En el verano del año pasado, en una tienda de artículos electrónicos de una de las más modernas plazas comerciales del sureste del país, en Mérida, de pronto me topé con un anuncio: Aparatos para Espionaje, decía. Sin ningún control, al alcance de cualquiera, vendían lo más inimaginables y diminutos aparatos para filmar y grabar, tan pequeños que uno no alcanza a comprender cómo es posible que adentro haya una cámara de videograbación y, además, de largo alcance. Y ninguno costaba más de 300 pesos (los tuve en mis manos y me dije que solo que estuviera mal de la cabeza espiaría a alguien, los grabaría y lo filmaría).
En el caso del Estado, el entonces gobernador Fidel Herrera Beltrán sufrió las consecuencias del espionaje de sus adversarios. Hicieron públicas algunas grabaciones como aquella donde hablaba del “pinche poder”. El Tío sabía que lo vigilaban y por eso cuando quería hablar con alguien le pedía su teléfono al que de pronto tuviera más a la mano, quien fuera, porque sabía que ese aparato no estaba intervenido. Ya exgobernador, cuando quería decirme algo se enlazaba a través de varios aparatos y diferentes números hasta que por fin, un tercero establecía la comunicación entre ambos.
Toda esta narrativa la he hecho para significar que el espionaje es algo común en los gobiernos y en la política, más en la era digital, y que quien piense que está a salvo está equivocado. Pero tampoco es algo nuevo. En un libro harto interesante, Los idus de marzo, de Thornton Wilder, que narra los hechos previos al asesinato de Julio César, se expone cómo se espiaba interceptando y abriendo la correspondencia, el medio de comunicación de aquella época, que se dirigían los personajes de entonces.
Recientemente el país se escandalizó por los videos de Emilio Lozoya Austin y de Pío López Obrador, sobre actos de corrupción de ambos. De este último se asegura que hay catorce más y que por miedo a que los exhiban fue que su hermano el presidente Andrés Manuel dejó el tema Emilio Lozoya por la paz y no se ha vuelto a referir a ello.
Lo último: ayer el diario El País México reveló que una investigación de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) y Dromómanos puso al descubierto que el gobierno del perredista Miguel Ángel Mancera (2012-2918) operó un centro de inteligencia y espionaje en la Ciudad de México desde el que espió a personajes políticos, incluyendo al propio AMLO, a Olga Sánchez Cordero, a Marcelo Ebrard, a Claudia Sheinbaum y a muchos más.
Según la nota, de todos tienen conversaciones telefónicas, mensajes capturados de la aplicación Telegram (y muchos piensan que es muy seguro y te sugieren que mejor te comuniques por esa vía y no por WhatsApp), registros de llamadas, credenciales de elector, registro civiles (actas de nacimiento, de matrimonio, etc.), licencias y registros de propiedad. Caca, mucha caca pues, para lanzar al aire en la época más propicia, la electoral, ya en puerta.
Pero, qué crees lector. Hará cosa de dos o tres meses (no registré la fecha en que me lo dijeron) recibí la versión de que existe toda una filmoteca de audios y videos de los actuales funcionarios estatales y otros personajes políticos de Morena, del uno para abajo, a los que presuntamente alguien les vino (y les viene) dando seguimiento, se supone, según mi fuente, para usarlos como bombas de estiércol, por si se ofrece, según vaya avanzando el proceso electoral.
Así que hay que tener buenos paraguas no solo para protegerse de las intensas lluvias de la temporada, sino para que estos bárbaros no nos salpiquen. Quién sabe cuántas cosas habremos de ver y de saber. La lucha por el poder no tiene límites ni conoce de escrúpulos.

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