Prosa aprisa
El regreso, de nuevo
Arturo Reyes Isidoro
Con el subtítulo “El columnista vive ahora etapa de adversidad”, el 6 de septiembre pasado publiqué:
“Me toca ahora vivir una etapa de adversidad por haberse enfermado mi hijo mayor Arturo, también hombre de medios de comunicación. Una lesión cerebral alteró nuestra vida.
Él enfrenta con mucha entereza su situación, pero, ser humano al fin y al cabo que soy, la noticia confirmada desde la segunda mitad del mes pasado me afectó.
Las últimas columnas que publiqué el mes pasado y a inicios del actual me costaron redactarlas. Me costaba concentrarme. Sigue pendiente su cirugía. Sigue latente mi preocupación.
Pero él mismo me alienta a seguir adelante. ¿Ya vas a redactar hoy? ¿Ya vas a publicar mañana?, me pregunta. Espero, tengo fe, confío en Dios que nos hará el milagro de salir adelante. Aquí estoy de nuevo”.
Durante septiembre y en lo que va de octubre he sido irregular en mis publicaciones. Las horas de preocupación se mantienen. Mi hijo ha sido intervenido quirúrgicamente ya y por ahora lo mantienen inconsciente, pero aun hospitalizado, si estuviera despierto, seguramente ya me hubiera preguntado, recriminado: ¿Ya vas a redactar hoy? ¿Ya vas a publicar mañana?
Le extirparon el tumor el jueves y el viernes sufrió una complicación, por lo que tuvo que ser intervenido de nuevo. El sábado por la mañana nos dijeron que su estado era muy grave y temimos lo peor. Creyentes que somos en familia, se lo entregamos a Dios y lo dejamos en sus manos.
Por la tarde, Dios había hecho el milagro: estaba recuperando, normalizando sus signos vitales. Fue un sábado muy angustiante. Ayer domingo amaneció con buen semblante, estable, bien con sus signos vitales, una nueva tomografía dijo que ya no había surgido una nueva complicación. Esperamos que con la bendición de Dios pronto despierte, y bien.
Llevo ya muchos días viviendo en el puerto de Veracruz. De la Riviera Veracruzana, la de los ricos, dice la diputada federal Rosa María Hernández Espejo, donde me ofrecieron hospedaje, me vine a vivir a El Coyol, en la zona urbana de la ciudad. Aquí, poco a poco, me he ido acomodando a una nueva vida y tengo un espacio donde poder escribir.
En una situación como la mía ahora, extraño mi espacio habitual de trabajo, pero, finalmente reportero, que se tiene que adaptar a las circunstancias de un hombre errante y trabajar donde esté, voy a intentar retomar mis publicaciones, haciéndole caso a Arturo.
No, no es fácil la vida con un familiar enfermo hospitalizado, pero cualquier sacrificio es poco si el paciente sana y se recupera.
La fecha de los días se pierde, o se pierde un poco. No sé en otros hospitales (Arturo está en el Hospital Regional de Alta Especialidad), pero aquí me ha sorprendido la presencia de grupos religiosos cristianos, evangélicos o de otras iglesias predicando la palabra de Dios, los fines de semana, viernes y sábados en las tardes-noches, con una entrega y devoción sorprendente, como también que algunos de esos grupos religiosos y otros de laicos de buen corazón reparten por las noches comida y bebidas para los familiares de los enfermos.
Alivian, reconfortan esos gestos de bondad, como a mi me alivian, me reconfortan, me dan aliento y fuerza para resistir tantos gestos amistosos, tantas muestras de solidaridad de propios y extraños, los ofrecimientos de apoyo, las oraciones, las atenciones, las visitas para acompañarme afuera del hospital, los mensajes, las llamadas telefónicas, incluso no solo de conocidos míos sino amigos de él, excompañeros de trabajo suyo.
Y como de todo hay en la viña del Señor, he visto también el rostro de la ingratitud, cómo algunas personas a quienes él sirvió, lo explotaron con su trabajo para crear o mejorar su imagen, ni siquiera le dedicaron un mensaje de buenos deseos. Caso contrario de personas de quienes uno no se esperaba. Es propio de la condición humana. Bien dice el dicho que en la enfermedad y en la cárcel se conoce a los amigos.
Los amigos, los compañeros del puerto se sorprenden cuando les platico mis experiencias a bordo de los camiones urbanos y las rutas que ya conozco bien: la Ortiz Rubio, la Volcanes, la Norte-Sur, la Miguel Alemán, la de El Boqueño, la Díaz Mirón-Malecón, la Díaz Mirón-Madero, la de Las Bajadas, la de La Boticaria... y el calor que se vive dentro de esas unidades. Riszard Kapuscinski decía que para conocer una realidad había que vivirla. Sigo su indicación. En ninguna situación dejo de ser reportero.
Como mis lazarillos, en sus vehículos, a veces me trasladan, me mueven compañeros como Esaú Valencia, Víctor Ochoa o la propia Rosa María Hernández Espejo, quien no deja de ser la periodista que es. Tantas vivencias juntos a lo largo de muchos años, tantos años de amistad, los materializan ahora y me hacen menos pesada mi situación, lo que les agradezco de todo corazón, mientras también están pendientes mi compañero de muchos años, Julio Hernández, a quien conocí cuando trabajaba en Radio Fórmula, y Anilú Ingram, igual, compañera cuando estuvo en la televisión privada y después en la Coordinación de Comunicación Social, ella en el área de Radio, yo en la Dirección de Prensa. Aunque no son los únicos.
Cuántos recuerdos me han vuelto ahora que camino las calles del puerto para no dormirme parado o aburrirme afuera del hospital mientras llega la espera de poder ingresar o de estar con Arturo mientras no lo intervenían quirúrgicamente. Cerca del hospital sigue ahí, como en 1968, cuando llegué al puerto con mi gran deseo de ingresar a la entonces Facultad de Periodismo, el edificio que todos conocen como El Castillo.
En aquel entonces era una pensión para estudiantes y ahí íbamos a ganarnos la subsistencia otros que estábamos en desventaja económica. Les hacíamos el aseo, les ordenábamos sus cosas, les aseábamos sus zapatos, en fin, y nos pagaban lo que podían, con lo que subsistíamos. En mi caso, la pobreza finalmente me dobló y nunca pude hacer la carrera que quería, pero fue una gran experiencia. Una treintena de años después pude hacer una maestría en Comunicación en mi casa de estudios.
En estos andares he podido advertir con tristeza que como está ocurriendo en otras grandes ciudades, como Coatzacoalcos o Xalapa, el movimiento en el centro histórico se está muriendo, porque la vida de atractivos comerciales y de diversión se ha trasladado hacia el sureste del área y la costa, incluso hasta en avenidas como la Martí. Aparte del Zócalo y algunas avenidas comerciales, el resto, por las tardes se ve desierto.
Pero, qué duda cabe, en general la zona conurbada tiene una gran vitalidad económica, un gran movimiento comercial sobre todo los fines de semana y hoy por hoy es la zona geográfica de mayor riqueza de todo el estado. Los visitantes, el turismo, no faltan.
Muchos días me he alejado del mundo político, sin embargo, hasta acá me han alcanzado ecos, testimonios, versiones de información que iré desgranando, como la de que por qué la senadora yunista Indira Rosales San Román le dio la espalda a su bancada del PAN para apoyar al presidente López Obrar en su intento de mantener el Ejército en las calles, o el papel relevante que jugará en el futuro próximo Marcelo Ebrard, sea o no candidato presidencial de Morena. Conforme pueda redactar estaré con ustedes.
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