Prosa aprisa
Orizaba
Arturo Reyes Isidoro
Sentados a la mesa de un restaurante del Poliforum Mier y Pesado les pregunté a Philipp (Felipe) Kuhn y a Sandra Schäfer por qué Orizaba.
Nativos de Colonia, Alemania, aunque descendientes de familias argentina y española, respectivamente, decidieron vacacionar en México.
Otorrinolaringólogo él, maestra ella, otra cultura, ahorraron durante cinco años para poder salir sin preocupaciones por tres meses.
Llegaron a Veracruz después de estar en Puebla, pero no se dirigieron primero y de inmediato al puerto jarocho, como cabría esperar.
En realidad, tocaron base en Xalapa, para ver a Lucas, su hijo, quien hace una residencia en la ciudad (le da hospedaje mi hijo Toño) y de inmediato partieron para Pluviosilla.
Me narró él que cuando decidieron conocer el estado en el que vivía su hijo en México se metió a buscar lugares que le resultaran interesantes para conocer.
Las imágenes de la llamada Ciudad de las Aguas Alegres lo sedujeron de inmediato; los atractivos turísticos que ofrece y que, claro, promueven muy bien.
No dejó de decirme que, por supuesto, iría al puerto jarocho, recorrería la capital del estado, iría a Tlacotalpan, al Tajín, a Naolinco y a algunos otros puntos.
Pero en Orizaba estaban –lo vi– felices, no obstante que les tocaron días fríos, húmedos, con neblina que –me imaginé– para el rigor de los fríos de Europa eso les ha de haber sabido a pan comido.
Prácticamente visitaron y disfrutaron todos los atractivos turísticos que tiene la histórica ciudad, lo mismo para niños que para jóvenes y adultos.
En mi caso, volví una vez más, aunque ahora me di tiempo para acabar de conocer los nuevos atractivos que tiene, de los que los ha ido dotando el gobierno de Juan Manuel Diez Francos.
Así como he estado en días de mucho calor, ahora también paseé en medio de un clima parecido al de Xalapa, con frío, neblina, chipi-chipi.
Pero pude vivir y constatar que en cualquier caso la ciudad, sus atractivos, su café en el Palacio de Hierro, se disfrutan por igual (a los visitantes les sorprendió saber que el edificio lo diseñó Gustave Eiffel, el mismo artífice de la Torre Eiffel de París, y que fue inaugurado en 1894).
Estaría de más decir que es una ciudad muy limpia pero no sobra mencionarlo para quienes nunca la han visitado o poco la conocen.
Tampoco está por demás decir que es una ciudad muy segura, acaso la más segura del estado, con una policía municipal ejemplar por el trato que dan al ciudadano, residente o visitante.
Cada que he ido, más en los últimos años, los autobuses de turistas, por lo numerosos, me recuerdan a los que he visto aparcados en los grandes estacionamientos construidos exprofeso afuera de los atractivos turísticos de Europa.
Esta vez observé con más calma y detenimiento las representaciones artísticas que se presentan en el conjunto de Casavegas, sitio inspirado en la época medieval.
Me sorprendió gratamente la calidad de los artistas, jóvenes y supuse que locales. Su calidad no le pide nada a la de cualquier otro de cualquier parte del país y del mundo (hasta donde he recorrido).
Por momentos incluso me sentí en algún lugar de Europa, de los que he visitado.
La visita, una vez más, al Museo Francisco Gabilondo Soler (Cri Cri) en el Polifórum, me confirmó lo que siempre he pensado: que nuestros museógrafos y artistas están en un nivel igual o acaso hasta superior al de cualquiera de cualquier parque de Disney (conozco completo el de Anaheim, en California).
Con algo significativo: para lo que ofrece a la vista y a la imaginación, el precio de acceso es casi simbólico: 25 pesos por persona; acaso solo para su mantenimiento.
Y con una cosa más: exalta ese valor que tiene y ofrece Veracruz a los niños de todo el mundo: el de Gabilondo Soler y su personaje de estatura universal, Cri Cri,
Pensé que tanto Felipe como Sandra debieron haber quedado sorprendidos que en un país tan remoto al suyo encontraran en Francisco Gabilondo Soler la versión mexicana de los hermanos Grimm, alemanes como ellos, quienes pasaron a la inmortalidad con su Caperucita Roja, La Cenicienta, El Sastrecillo Valiente y tantos y tantos cuentos con los que nos entretuvieron de niños.
La verdad, no puede uno dejar de ser niño cuando ve personificados a los múltiples y tan variados personajes de las canciones de Cri Cri, que nos recuerdan sus letras, aquellas de antes de que irrumpiera la televisión, pero que escuchábamos a través de las ondas sonoras de la XEW.
Y ante tanta violencia, tantos hechos de sangre, en un país y en un estado ensangrentado, reforcé mi idea de que todos los niños veracruzanos, de todas las condiciones sociales, al menos una vez en su vida debieran conocer el museo.
Deben saber que hay un mundo mejor que el mundo que les ofrecemos los mayores: de fantasía, sí, pero también de ilusiones, forjador de esperanzas de nuevos y mejores tiempos y que ellos podrían alcanzar algún día.
Y, ¡ay!, es inevitable llegar al terreno político, para resaltar la figura del alcalde Diez Francos, un hombre con mucha visión que ha creado lo que ya, sin duda, es un verdadero emporio turístico en el centro del estado.
Es el mejor testimonio de que no es el partido sino la persona la que define la calidad del funcionario, del político, del servidor público.
Él es del PRI y ha logrado cruzar el pantano sin manchar su plumaje. Y no alardea de nada, de que él es diferente cuando verdaderamente lo es.
Felipe y Sandra, quienes por la cercanía entre los países europeos viajan por todo su continente, según me platicaron, han de regresar e ir contando que Veracruz tiene una ciudad mágica que hace verdadero honor a su nombre.
En mi caso, cada vez que pueda, he de seguir regresando a Orizaba a disfrutar, además, su rica gastronomía y sus precios, muy por debajo de los que nos cobran en Xalapa y otras ciudades. Y, además, con muy buen servicio.