Ruta Cultural
Centenarios Mexicanos (III).
“Juan José Arreola: Lectura en Voz Alta.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Juan José Arreola es de los escritores mexicanos más reconocidos por la crítica literaria y su obra sigue siendo muy difundida y leída. El Maestro Arreola de quien se recuerdan los cien años de su natalicio, fue escritor, editor, participó en diversos programas de televisión, obtuvo prestigiados premios como el Xavier Villaurrutia, Premio Nacional de Ciencias y Artes, el Premio Juan Rulfo, entre otros. Escribió gran cantidad de cuentos y su única novela titulada: “La Feria”, es considerada una de las mejores novelas mexicanas del siglo XX. Arreola desde muy niño tuvo una enorme pasión por la lectura, con los años será reconocido como un hombre de amplísima cultura y esto quedó manifestado en el libro titulado: “Lectura en Voz Alta”, publicado en 1968 por la Editorial Porrúa.
El libro es una antología elegida por Arreola, el escritor nos cuenta en la introducción que la mayoría de los textos seleccionados los leyó cuando tenía entre los ocho y doce años de edad, y que también se agregan algunas lecturas que hizo de joven y adulto, pero lo esencial es lo leído en su niñez. La primera característica que se empieza a conocer conforme se avanza en la lectura del libro, consiste en que Arreola ordenó a los autores y los textos conforme fueron desarrollándose las civilizaciones, aquí nos encontraremos con Hammurabi y su famoso código de leyes, con Anónimos de Babilonia, de Egipto, literatura hindú, con pasajes bíblicos del Rey Salomón, no puede faltar el mundo griego con Homero, el mundo Romano y las lecturas de Marco Tulio Cicerón, las reflexiones de San Lucas sobre la codicia, las Bienaventuranzas enseñadas por San Mateo, y así nos va llevando por un recorrido universal de lecturas bellísimas que enriquecen y ensanchan nuestro universo al momento de leerlas.
En esta constelación de autores, lecturas, temas, compartiré de manera completa el mini cuento titulado: “El Artista”, del escritor irlandés Oscar Wilde, que a la letra dice:
“Una tarde nació en su alma el deseo de modelar una imagen del “Placer que dura un instante”. Y marchó por el mundo buscando bronce. Porque sólo en bronce podía ver sus obras. Pero todo el bronce del mundo entero había desaparecido y en parte alguna podía encontrarse bronce, fuera del bronce de la estatua del “Dolor que se sufre toda la vida”.
Y él mismo, había fundido esta estatua y la había colocado sobre la tumba del único ser que amara en su vida. Sobre la tumba del ser muerto que había amado tanto, colocó esta estatua que era su creación, para que allí fuese como un signo del amor del hombre, que no muere, y un símbolo del dolor del hombre que sufre toda la vida; y en el mundo entero no había más bronce que el bronce de esta estatua.
Y cogió la estatua que había creado y la colocó en un gran horno y la entregó al fuego. Y del bronce de la estatua del “Dolor que se sufre toda la vida” modeló una estatua del “Placer que dura un instante.”
La belleza de este relato es enorme y quiero relacionarlo con otro relato del mismo Oscar Wilde titulado: “El ruiseñor y la Rosa”. Aquí un joven estudiante se encuentra desesperado porque está enamorado de una bella joven y ella le exigió como requisito para bailar con él que le regalara una rosa roja, el estudiante buscó en su jardín y no encontró ninguna rosa roja, desesperado se lamentaba por su desgracia de no poder conseguir la rosa, un ruiseñor se compadeció del joven y empezó a buscar la rosa en distintos rosales, buscó y buscó y no podía el ruiseñor conseguir la rosa, de pronto fue a un rosal que estaba debajo de la ventana del estudiante, el rosal le contestó que sí daba rosas rojas, pero que el invierno había helado sus venas y que no tendría rosas en lo que restaba del año.
El ruiseñor le explicaba que sólo necesitaba una rosa roja, le ofreció al rosal cantarle las canciones más dulces con tal de complacer y hacer feliz al estudiante enamorado, el rosal le dijo que sólo había un camino para que pudiera procrear la rosa roja:
“–Si necesitas una rosa roja –dijo el rosal –, tienes que hacerla con notas de música, al claro de la luna y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Contarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mi durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón; la sangre de tu vida correrá por mis venas, y se convertirá en sangre mía.
–La muerte es un buen precio por una rosa roja –replicó el ruiseñor –, y todo el mundo ama la vida. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, y ¿qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?”
La pequeña historia es fascinante, cautivante, trágica, el ruiseñor demostró tener mejor corazón que el del hombre, sabía que el amor humano es efímero, inestable, frágil, imperfecto, pero para el ruiseñor por ese acto de entrega total que dura un instante, bien vale la pena dejar la vida:
“–¡Aprieta más, pequeño ruiseñor! –le decía –, o llegará el día antes que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas y las espinas tocaron su corazón; y el sintió en su interior un cruel tormento de dolor. –Mira, mira –gritó el rosal –, ya está terminada la rosa. Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto con el corazón traspasado de espinas.”
El pájaro dio su corazón para que el corazón de otros floreciera, creía que la vida se construye de instantes, de pequeños momentos que nos hacen elevarnos y le dan sentido y esencia a nuestra existencia, el ruiseñor no pidió amor, dio amor…
A través este tipo de textos y reflexiones se va leyendo: “Lectura en Voz Alta”, una antología exquisita, única, realizada por un hombre de vastisima cultura, quien nos enseña que los libros que vamos leyendo en el transcurso de nuestras vidas nos marcan y jamás seremos los mimos después de haber leído un buen libro, esto lo reafirma Juan José Arreola al compartir el texto de José Enrique Rodo titulado: “El Barco que parte”, donde el escritor uruguayo escribió:
“Lees un libro que te hace quedar meditabundo; vuelves a confundirte en el bullicio de las gentes y cosas; olvidas la impresión que el libro te causó; y andando el tiempo, llegas a averiguar que aquella lectura, sin tú removerla voluntaria y reflexivamente, ha labrado de tal modo dentro de ti, que toda tu vida espiritual se ha impregnado de ella y se ha modificado según ella.”
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