Ruta Cultural
LA FIGURA DEL PADRE EN LA LITERATURA CLÁSICA GRIEGA. (I)
“Príamo.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
En el presente mes de junio festejaremos el día del padre, la figura paternal sigue siendo fundamental en el seno familiar y social. Un padre forma, normalmente educa con carácter y firmeza a sus hijos, tal vez, en momentos su posición familiar es la más rígida, estricta, en ocasiones incomprensible, pero eso es lo que ha logrado equilibrar y fortalecer el temperamento de sus hijos, sus ejemplos de vidas son lecciones morales permanentes para los hijos, y cuando algo hacemos mal, la consciencia de aquella voz paternal nos inquieta y exige lo mejor de nosotros, por tal motivo, inauguramos este mes dedicado al padre con una de las obras pilares de la literatura universal titulada: “La Ilíada”, del poeta griego Homero.
La Ilíada es la epopeya fundadora de la cultura griega, si bien la obra tiene como temática central la Guerra de Troya, y particularmente narra la cólera de Aquiles, a esta epopeya épica se le pueden hacer múltiples interpretaciones y estudios, e incluso en la sola lectura nos encontramos con un sinfín de personajes, historias, tradiciones, culturas, pasiones, traiciones, amores, mitos, conflictos, hechos históricos, en fin, ingresar al estudio de La Ilíada es toda una Odisea, y lo mejor es que nunca llegas al conocimiento total, porque como toda obra clásica, siempre que acudes a ella algo nuevo tiene que contarte y enseñarte, realmente lectura de La Ilíada siempre es impresionarte y cautivante.
En esta ocasión el personaje que nos interesa es Príamo, quien era el gran Rey de Troya al momento que sucedió la guerra que narra Homero. Príamo es descrito como un Rey generoso, amado por su pueblo, respetado y admirado por su esposa e hijos, de todos sus hijos dos son los personajes centrales en La Ilíada, por una parte se encuentra París, quien al raptar a Helena entonces esposa de Menelao, provocó la guerra entre los griegos y troyanos, y por otra parte está la figura de Héctor, un guerrero incansable, hombre de honor, orgullo de su padre, un príncipe venerable.
Cuando la guerra estaba en pleno desarrollo, Aquiles por conflictos internos con Agamenón, Rey de los Aqueos, decidió no participar en la guerra, los antiguos griegos sabían que, sin la intervención de Aquiles el guerrero más poderoso e invencible, y sin el apoyo del Dios Zeus, existían muchas posibilidades de perder la guerra, de hecho, mientras Aquiles se mantuvo en su cólera, Héctor el gran guerrero troyano estaba venciendo a los Aqueos, en este ambiente de incertidumbre sucedió un hecho lamentable pero fundamental para que Aquiles regresara a la guerra, y fue la muerte de su amado amigo Patroclo, el responsable de la muerte de Patroclo es Héctor, por lo tanto, cuando Aquiles retorna al conflicto lo primero que buscará es vengar a su amigo Patroclo y esto lo haría asesinando en duelo directo a Héctor el troyano.
Héctor había sido educado para ser un hombre de honor, valiente, digno, su padre Príamo sabía que el destino y futuro de su pueblo en esta sangrienta guerra estaba en manos de su hijo predilecto, cuando Príamo se entera que Héctor mató a Patroclo, sabía que Aquiles vendría por su hijo, por ello en el canto XXII, Príamo le decía a su hijo: “Héctor: no me aguardes, querido hijito, a ese hombre, solo, lejos de los otros, porque no alcances pronto el destino, domado por el Pelida, pues es con mucho más fuerte. Pero entra detrás del muro, mi hijito, para que salves a troyanos y troyanas, y no tiendas una gran gloria al Pelida, y tú mismo de tu edad no te prives.”
Héctor con el dolor en su corazón no escuchó los ruegos de su padre, sabía que si huía de Aquiles su nombre sería sinónimo de vergüenza, además, un príncipe de su estirpe jamás agacharía la mirada ante el enemigo por poderoso que fuera, prefería morir como un hombre de honor, de principios, como un héroe, a vivir como un timorato. El enfrentamiento entre los dos guerreros se dio, hasta los dioses luchaban en esta gran pelea de todos los siglos. Atenea ayudaba a Aquiles, Afrodita intentaba fortalecer a Héctor, después de una gran batalla, Aquiles un semidiós, hijo de Zeus, venció a un guerrero humano, a un hombre común, hijo de un hombre mortal como lo era su padre Príamo. Aquiles arrastró en su carro el cuerpo de Héctor frente a la mirada de sus padres, Príamo sufría por ver a su hijo muerto y cruelmente vejado, su última esperanza era tratar de recuperar su cuerpo para rendirle homenaje como gran príncipe y despedirlo como lo merecía.
Esta parte de la epopeya es una de las más bellas historias narradas, porque Príamo siendo un Rey viejo, arriesgó su vida y se presentó ante Aquiles para rogarle que le diera el cuerpo de su hijo, sabemos que Príamo fue guiado y protegido por los dioses, porque hasta las divinidades se compadecieron del dolor de Príamo y del injusto final de un guerrero como lo era Héctor, pero antes de partir a recuperar el cadáver de su hijo, Hécuba la esposa de Príamo en el canto XXIV, intentó hacerlo dudar, le pidió que no fuera afirmando que las voces que oía no eran de los dioses:
“Corazón de fierro tú tienes. Pues si te agarra y con sus ojos te observa ese hombre inclemente y sin fe, de ti no habrá de apiadarse ni de respetarte en nada. Y a su vez le dijo el viejo Príamo deiforme: No me retengas cuando yo quiero ir, y no, a mí, tú misma mal ave en los palacios me seas; y no me persuades. Y si el hado me fuera morir cabe las naves de los aqueos de veste broncínea, lo deseo; pues que al punto me dé muerte Aquiles, asiendo en brazos a mi hijo, tras despedir la gana de llanto.”
Cuando Príamo se presentó ante Aquiles, en el mismo canto XXIV le dijo este discurso: “Acuérdate de tu padre, a los dioses igual Aquiles, de la misma edad que yo, de la letal vejez en el limen. Y acaso, estando en torno de aquél, sus vecinos lo abruman, y nadie está que la guerra y la ruina le aparte; pero en verdad aquel, al menos de ti que vives oyendo, se regocija en el alma, y aun espera todos los días ver otra vez al hijo querido, retornando de Troya. Empero, yo, infeliz del todo, pues que engendré óptimos hijos en la ancha Troya. Y, digo, de ellos ni uno me ha sido dejado. Y al solo que tenía yo, y a la urbe defendía, y a nosotros, tú lo mataste hace poco, cuando por su patria luchaba; a Héctor; por él vengo ahora a las naves de los aqueos, a rescatarlo de ti, y traigo infinitos rescates. Pero a los dioses respeta Aquiles, y ten piedad de mí mismo, acordándote de tú padre; y más digno de piedad soy yo, incluso, pues osé lo que aún ningún otro humano terrestre: tender a mi boca la mano del matador de mi niño. Y ambos acordándose, éste, del matador de hombres Héctor, lloraba sin tregua, tras rodarse ente los pies de Aquiles; empero, Aquiles lloraba a su padre, y también, otras veces, a Patroclo, y su gemido se alzó en las moradas.”
Finalmente, la cólera de Aquiles se convirtió en piedad y Príamo rescató el cuerpo de su amado hijo Héctor, nuestros padres, tal vez, no de la manera narrada, pero si con el mismo sentido desde que somos niños desean lo mejor para nosotros, y en su propia sabiduría nos guían, nos educan, sueñan con nosotros, se preocupan, trabajan para nosotros, seguramente temen por nuestras vidas porque nos convertimos en el sentido de su existencia, en su razón de ser.
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