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Ruta Cultural. El sueño que creó la modernidad (II)

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Ruta Cultural
El sueño que creó la modernidad (II)

“Discurso del Método.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Normalmente cuando se escucha el nombre de René Descartes surgen en nuestras mentes expresiones como duda, racionalismo, método, y si nos esforzamos en pensar y nombrar algún libro del filósofo francés regularmente aparece el titulo del “Discurso del Método”, empero, es importante puntualizar que el Discurso, quizá, sea la obra más conocida de Descartes, pero esta obra la escribió Descartes sólo como un prólogo de tres estudios científicos que había desarrollado con la ayuda del método, los cuales son: “La geometría, La dióptrica y Los meteoros.” Con el paso de los años el “Discurso del Método” se consolidó como una obra autónoma, porque allí se encuentra lo esencial del pensamiento cartesiano y ha pasado a la historia como un libro clásico e imprescindible de la filosofía occidental.
El Discurso fue publicado en 1637, está compuesto de seis partes, su lectura es sencilla y absolutamente comprensible, Descartes citando a Ortega y Gasset, es un filósofo cortés, amable, porque en general la mayor parte de su obra posee absoluta claridad, y estas características hacen que la lectura sea digerible, agradable y más cuando tenemos la errónea idea que leer filosofía invariablemente será un ejercicio denso, complejo, sufrible, aquí está un ejemplo que no siempre es así.
La primera parte del discurso Descartes la desarrolla aportándonos datos y reflexiones autobiográficas, notoriamente percibimos a un hombre que desde muy temprana edad fue un ferviente lector, aunque muy insatisfecho, porque sabía que el conocimiento sólo había servido para justificar una forma cerrada y cuadrada de vivir, pensar, al filósofo racionalista le tocó habitar un mundo guiado y dirigido por los dogmas, misticismos e intolerancia, la razón como herramienta de progreso y modernidad era una ilusión, algo impensado, por ello inicia el discurso realizando un compromiso de dedicar su vida a investigar la verdad, el saber demostrable, comprobable, verificable: “Analizar todo según su razón.”
Para lograr tener certeza de lo que conocemos, Descartes en la segunda parte del Discurso presenta cuatro reglas fundamentales que se seguirán de manera puntual en todo el proceso de investigación, por su importancia las citaré de manera literal:
“La primera, no recibir jamás por verdadera cosa alguna que no la reconociese evidentemente como tal; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no abarcar en mis juicios nada más que aquello que se presentara a mi espíritu tan clara y distintivamente que no tuviese ocasión de ponerlo en duda.
La segunda, dividir cada una de las dificultades, que examinara, en tantas parcelas como fuere posible y fuere requerido para resolverlas mejor.
La tercera, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más felices de conocer para subir poco a poco, como por grados, hasta el orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.
Y la última, hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que quedase de no omitir nada.”
Esta segunda parte es un desarrollo resumido de la primera obra que escribió Descartes bajo el titulo: “Reglas para la dirección del espíritu.” Y considero que, tal vez, no sea la parte más importante, pero si clave de todo el Discurso, porque son las reglas esenciales del método cartesiano, prácticamente en la primera tenemos la evidencia y la certeza que otorga la razón como fundamentos de la verdad, en la segunda llegamos al análisis detallado, exhaustivo, y ese análisis que nos otorgará información seria, rigurosa, nos llevará a la tercera regla que es una síntesis y con esta se podrán alcanzar demostraciones de lo estudiado e investigado, obtenidos estos elementos se enumerarán, siendo la finalidad continuar con el avance del conocimiento dejando un registro ordenado de lo obtenido.
Si lo abordado en la segunda parte del contenido del Discurso es atrapante, el contenido de la tercera parte es realmente cautivante, y sinceramente reedificante, porque Descartes en este proceso de cambio y transformaciones en la manera de pensar y conducirse, diseña una moral provisional, que de provisional no tuvo nada, ya que los postulados siguen siendo un reto del hombre moderno y más en estos tiempos que la moral social sufre una tremenda crisis, por lo cual me permitiré compartir algunos puntos de la nueva moral cartesiana:
“Mi segunda máxima era de ser lo más firme y resuelto en mis acciones que pudiera, y no seguir menos contantemente las opiniones dudosas, una vez que me hubiera determinado en ello, que si hubiesen sido muy seguras; imitando a los viajeros que, encontrándose extraviados en un bosque, no deben errar girando de un lado a otro, ni menos pararse en un sitio, sino marchar siempre lo más rectamente que puedan en una misma dirección y no cambiarla por débiles razones, aunque solo el azar acaso les haya determinado a escogerla en un principio, pues por este medio, sino llegan justamente a donde desean, al final llegarán, al menos, a alguna parte, en donde verosímilmente estarán mejor que en medio de un bosque. Es una verdad muy cierta que cuando no está en nuestra mano discernir las opiniones más verdaderas, debemos seguir las más probables, porque la razón no ha determinado a ellas.
Mi tercera máxima era la de intentar siempre vencerme a mi más bien que a la fortuna y cambiar antes mis deseos que el orden del mundo, y, generalmente, acostumbrarme a creer que no tenemos enteramente nada en nuestro poder excepto nuestros propios pensamientos, de modo que cuando hemos hecho todo lo que podemos respecto a las cosas exteriores, todo lo que falle para tener éxito es, respecto de nosotros, absolutamente imposible. Y esto solo me parecería suficiente para impedirme desear nada en el provenir que no consiguiese, y así, para tenerme contento; pues nuestra voluntad, no inclinándose naturalmente a desear sino aquellas cosas que nuestro entendimiento le representa como posibles de alguna manera, ciertamente, si consideramos todos los bienes que están fuera de nosotros como igualmente alejados de nuestro poder, no tendremos nunca el pesar de carecer de aquellos que nos parecen ser debidos a nuestro nacimiento, cuando estemos privados de ellos sin culpa nuestra. Y haciendo, como se dice, de la necesidad virtud, no desearemos más estar sanos estando enfermos o estar libres estando en prisión.
Pero confieso que se necesita un largo ejercicio y una meditación frecuentemente reiterada para acostumbrarse a mirar todas las cosas de este ángulo; y creo que es principalmente en esto en lo que consistía el secreto de aquellos filósofos que han podido en otro tiempo sustraerse al imperio de la fortuna, y a pesar de la pobreza disfrutar la felicidad, porque quedaban tan perfectamente persuadidos de que nada estaba en su poder más que sus pensamientos que esto sólo bastaba para impedirles la afección por otras cosas, y disponían de ellos tan absolutamente que tenían cierta razón al estimarse más ricos, más poderosos, más libres, y más dichosos de que los demás hombres que, no teniendo esta filosofía, por favorecidos que estén por la naturaleza y la fortuna, nunca disponen así de todo lo que quieren.”
Esta tercera regla moral es bellísima, porque si la aplicamos en nuestras vidas nos evitaremos muchos conflictos, complejos y frustraciones al no desear algo que no podamos obtener, (no por incapaces), sino por ser racionalmente capaces. Sapere aude.
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