Ruta Cultural
El Amor en la literatura hispanoamericana en el Siglo XIX. (III)
“Pepita Jiménez.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
La literatura ha sido y es un inigualable medio para comprendernos, confrontarnos, reflexionar, ordenar, pensar y repensar nuestras vidas, cuando leemos una gran obra literaria al terminar la lectura algo va modificándose en nosotros o mínimo nace un estado de conciencia que provoca meditaciones, critica, autocritica, certezas, angustias, deseos, etc. Porque cada vez que nos cuestionamos algún nuevo criterio o concepto resurge, y si el planteamiento es sobre el amor, la amistad, el valor de la familia, las pasiones del alma, ¿Cómo no interesarnos en ellos? ¿Qué puede enseñarnos una novela del siglo XIX sobre el amor? Si las pasiones del alma son congénitas a nosotros y en muchas ocasiones representan un desbordamiento, un descontrol, ¿Cómo controlar las pasiones? O ¿Acaso debemos vivir las pasiones intensamente sin importar el costo o las consecuencias que ellas provocan? aquí es cuando un clásico siempre nos visita y el eterno Hamlet reaparece con su eterno dilema: “Ser o no ser”.
La novela: “Pepita Jiménez” fue escrita por el diplomático y erudito escritor español Juan Valera, la obra se publicó en 1874 y se convirtió en un éxito inmediato, en la actualidad es considerada un clásico de la literatura española del siglo XIX. “Pepita Jiménez” es una novela psicológica, con muchos estados mentales, soliloquios, cuestionamientos, dudas, y lo mejor es que los personajes están obligados a decidir y resolver de manera práctica sus problemas emocionales, sin dejar de mencionar que la historia va acompañada por todo un recorrido literario exquisito de autores, libros, citas bíblicas, en general, estamos frente a una novela culta, comprensible, muy sensible, y altamente cuestionadora, vayamos a conocer parte de esta bella y atrapante historia.
La novela se compone de tres partes, la primera son cartas que D. Luis de Vargas le envía a su tío el señor dean, quien no sólo es tío de Luis, además, es un respetado religioso, maestro y guía de su sobrino. La segunda parte de la obra es un Paralipómenos, que es un complemento de la historia, este es un tema muy bíblico porque los libros del antiguo testamento llamados Crónicas se escribieron para complementar el libro de los Reyes, y la tercera parte son cartas que se enviaron D. Pedro de Vargas (papá de Luis) con su hermano dean.
Es muy conocido que Juan Valera fue un gran amante del género epistolar, escribió gran cantidad de cartas e incluso existen cartas muy importantes por su contenido literario que se envió por muchos años con su sabio amigo y discípulo Marcelino Menéndez Pelayo. Las cartas con las que inicia la historia de Pepita Jiménez son maravillosas, claras, directas, poseen un lenguaje entendible para cualquier lector, pero a pesar de la sencillez y fácil comprensión, es un lenguaje culto, fino, educado, amplio, y si bien el tema central es una historia de amor, los personajes se desgarran meditando por las consecuencias sentimentales y sociales que el amor les provoca.
D. Luis de Vargas es un joven de veintidós años de edad, cuando Luis tenía diez años murió su mamá y eso originó que su padre encomendara la educación de su único hijo a su hermano Dean. Luis estudió en el seminario y desde joven sintió que su vida estaría dedicada al sacerdocio, fue un joven lector culto e instruido, y a pesar de su juventud ya tenía la dispensa papal para que Luis se ordenara Sacerdote. Previo a la ordenación canónica D. Luis realizó un viaje a su pueblo natal donde vivía su papá para pasar unas vacaciones junto a él. D. Pedro de Vargas es un hombre adinerado, respetado, desde que enviudó no se le ha conocido algún amor estable, y cuando su hijo llegó D. Pedro le comentó que estaba enamorado de Pepita Jiménez, afirmando que si esta joven de veinte años de edad le correspondía su amor, él se dedicaría exclusivamente a hacerla feliz y vivir tranquilamente.
Pepita Jiménez es una bella mujer, cuando Luis la conoce la describe como a una verdadera diosa griega, señalando que tenía los ojos verdes como Circe, el cuerpo de Afrodita, un carácter amable, y aunque era una joven de orígenes humilde y rústicos, Pepita Jiménez sabía comportarse elegantemente sin exageraciones, sus gustos eran finos pero no rebuscados, su trato era cortés pero jamás con el mínimo dejo de coquetería, su mirada era como un mar claro y cristalino, realmente la forma en que es descrita se comprende porque Pepita Jiménez era la mujer más codiciada, amada, cortejada, y admirada.
En las cartas D. Luis va contándole a su tío dean, el momento que conoce a Pepita, sus convivencias, lo enamorado que está su padre de la bella joven, no obstante, el lector poco a poco va presintiendo que Luis puede llegar a enamorarse de Pepita, y con el paso de las cartas el pronóstico no falla, pero hay algo más, si Luis terminó enamorado de Pepita, ella también se encuentra perdidamente enamorada de Luis, y lo peor es que tienen un doble impedimento, primero que Luis ya está comprometido para ordenarse sacerdote, y después que el papá de Luis siempre ha mostrado interés por casarse con Pepita. Las cartas que Luis envía a su tío terminan con el firme propósito de abandonar su pueblo y huir de ese tremendo amor que siente por Pepita, pero aquí aparece el Paralipómenos escrito por el tío dean y gracias a ello conoceremos el final de esta intrigante historia de pasión y amor incontrolable, porque ya en esta parte de la historia Pepita cuando dialoga con el Vicario del pueblo le expresa lo siguiente:
“Yo amo a Don Luis, y esta razón es más poderosa que todas las razones. Y si él me ama, ¿Por qué no deja todo y me busca, y se viene a mí y quebranta promesas y anula compromisos? No sabía yo lo que era amor. Ahora lo sé; no hay nada más fuerte en la tierra y en el cielo. ¿Qué no haría yo por D. Luis? Y él por mi nada hace. Acaso no me ama. Si D. Luis me amase, me sacrificaría sus propósitos, sus votos, su fama, sus aspiraciones a ser un santo y a ser una lumbrera de la Iglesia. Dios me lo perdone…, es horrible lo que voy a decir, pero lo siento aquí en el centro de mi pecho; me arde aquí, en la frente calenturienta, por él daría hasta la salvación de mi alma.”
Mientras Pepita Jiménez expresaba eso a su confesor, Luis sentía lo siguiente: “Es mi espíritu quien hace guerra a mi espíritu. El amor y la muerte son hermanos, ansío confundirme en una de sus mirada, cada vez que se encuentran nuestras miradas se lanzan en ellas nuestras almas, y en los rayos que se cruzan se me figura que se unen y compenetran. Allí se descubren mil inefables misterios de amor, allí se comunican sentimientos que por otro medio no llegarían a saberse, y se citan poesías que no caben en lengua humana, y se cantan canciones que no hay voz que exprese ni acordada cítara que module.”
Creo absolutamente en lo que siente y explica Luis, con la mirada podemos decir te amo sin expresarlo, te deseo sin decirlo, la mirada es penetrante, poderosa, conquistadora o demoledora. La mirada es el reflejo de nuestras almas, pasiones, sensaciones, qué bello es mirar y saberse mirado.
Conforme pasan los años la vida nos va enseñando que nuestro tiempo es tremendamente limitado, muy corto, que si bien vale la pena vivir con propósitos, metas, aspiraciones, equilibrios, controles, también es importante de vez en vez entregarse a un amor, a una pasión, a sentir ese momento de profundidad humana que es hacer al amor a fondo, sin límites, sentir la muerte chiquita es perderle el miedo a la muerte grandota e inevitable.
¿Qué pasará con esta historia de amor y pasión?
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