Mario Olvera/Coatzacoalcos, Ver.- Viven de la misericordia, postrada en cama, al otro lado del río Coatzacoalcos, así vive Maricarmen Andrade Olmos.
Su vida es un contraste: ella enferma y pobre, y al otro lado, la magna obra multimillonaria con última tecnología del Túnel Sumergido.
Su madre lleva más de 32 años cuidando a su bendición, como ella le llama.
La bendición de la que ella habla es una pequeña mujercita, su hija Gloria del Carmen Andrade Olmos, a quien cariñosamente llaman Maricarmen.
Desde los 2 años de edad, los doctores le detectaron meningitis aguda, el mal se fue agravando hasta ocasionarle por completo parálisis cerebral.
Su madre, María del Rosario Andrade Olmos, de 55 años de edad, lleva 3 décadas dedicada a cuidarla al 100 por ciento, pues la enfermedad la ha dejado inutilizada para hacer las cosas que para otros son sencillas.
Maricarmen no habla, no puede mover su cuerpo, está deformada en su columna y cervicales, todos sus huesos de su esqueleto están deformes por completo. La única comunicación que existe entre Gloria del Carmen con su madre María del Rosario, es a través de los ojos, mediante miradas, gemidos, balbuceos. El diálogo que existe entre ellas, es a través del amor, el vínculo más poderoso que existe entre cualquier ser humano.
-“Mi vida, mi amor, ya vas a comer mamá, mira qué rico te preparé, ¡qué rico! Abre la boquita mi cielo”.- dice la madre, María del Rosario, quien ha pasado ya 32 años cuidando a su criatura.
Le da de comer con una cuchara, su desayuno con cereal y leche. Su hija solo masculla, gime y parece retorcerse entre las sábanas. Tenía hambre.
Es una mañana de frío en Villa Allende, donde habitan ellas una humilde vivienda de lámina.
En la casa se mezcla el olor de la humedad con el de orines. No hay mesas ni muebles, ni mucho menos cocina, solo una estufa vieja, ahí, en el rincón.
El olor de los orines es penetrante. Solo una palabra describe todo: miseria.
Apenas hace unos minutos, este reportero junto con el fotógrafo había cruzado el Túnel Sumergido entre Coatzacoalcos y Villa Allende, “la más grande obra de infraestructura en toda América Latina”, dicen los políticos. Pero todo ese discurso ahí termina en la calle de Hidalgo 2027, de la colonia Bellavista, en esta Villa.
Ahí, en ese domicilio bajo techo de lámina, entre la humedad y la suciedad, donde habitan esta madre junto con su hija completamente minusválida.
-¡No me hagas esa boquita mi amor, tienes que comer, por qué andas enojada!- dice María del Rosario a su hija.
La pequeña –es imposible no llamarla de otra manera a pesar que tiene 32 años- parece alarmada. Los ojos disparatados, parecieran salirse de sus cuencas.
Evidentemente luce espantada. De alguna manera, su hija reconoció que ahí había un par de extraños tomando fotos, los reporteros.
-¿Oiga, cómo sabe qué ella está enojada?, cómo puede usted saber qué es lo que ella quiere si no puede hablar?- le cuestioné.
-Ay, oiga– me responde. – “Una madre conoce a su hija. Ella pone su boquita así, me hace piquito. Eso significa que está enojada”.
Doña María del Rosario entonces sujeta la cabeza de su hija y comienza darle Corn flakes.
La niña empieza a comer un poco en aprietos, con dificultad, tampoco domina muy bien la lengua ni la boca.
Todo el desayuno se le cae, se le escurre por la mandíbula. Pero se ve que tiene hambre, se ve que lucha por engullir aquel alimento que le está dando su madre. Tiene hambre y quiere comer: ella quiere vivir.
