Aketzalli González/ Agencia Informativa Conacyt/ Ciudad de México.- La doctora Paulina Rivero Weber siempre ha estado interesada en comprender el mundo, asediada por preguntas y reflexiones acerca del ser humano y el universo. Ante las dudas, logró fraguar su camino al estudio de la filosofía.
Es profesora investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con más de veinticinco años enfoca su trabajo en las obras de Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger y filosofía comparada; además, realiza estudios en ética y bioética, áreas orientadas a la zooética y ecologismo.
Rivero Weber, miembro nivel II del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), propone una ética más allá del humanismo, partiendo del pensamiento heideggeriano. Coherente con su postura, ha participado activamente en foros y mesas de discusión en las cámaras de Diputados y Senadores en la Ciudad de México, para proponer políticas públicas en la defensa de los animales.
Poeta en sus ratos libres, la investigadora tiene en su obra más de sesenta artículos especializados en revistas arbitradas, y entre sus libros sobresalen Ética, un curso universitario, Nietzsche, el desafío del pensamiento, Se busca heroína y aquellos dedicados a la obra de Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger.
Ha sido nombrada directora del Programa Universitario de Bioética de la UNAM (PUB), además de formar parte de organizaciones académicas como la Sociedad Española de Estudios sobre Friedrich Nietzsche, la Asociación Filosófica de México, el Colegio de Bioética A.C. y la Sociedad Iberoamericana Nietzsche.
Para la experta, la bioética es una ciencia de fronteras que une especialistas con diferentes formaciones para proponer soluciones que garanticen la supervivencia del planeta y su biodiversidad, así como para mejorar la calidad de vida de los seres vivos.
Génesis de la bioética
“Yo creo que la bioética se puede definir si tomamos en cuenta sus orígenes. En el nacimiento de este término, está claramente expuesto por qué requiere el mundo de bioética: tenemos dos mil 500 años con ética, desde Heráclito o Sócrates hasta nuestros días, ¿por qué ha sido entonces necesaria la bioética?”, comentó emocionada.
Para la académica, la bioética tuvo sus inicios en 1927 con el teólogo y filósofo Fritz Jahr, quien acuñó el término “Bio-Ethik” en un artículo en que analizaba la relación del ser humano con plantas y animales, esto es, con lo que hoy llamamos los nichos ecológicos.
“Fue muy avanzado porque en aquella época no se pensaba ni siquiera en los animales. Él pensaba que ese saber debería de llamarse bioética, porque sería un saber que se preocuparía no por la vida del ser humano como lo ha hecho la ética, sino más bien por el deber de un ser humano con todo lo que no es humano: plantas, animales y lo que sustenta a la vida”, indicó.
El artículo con una carga científica y filosófica fue publicado en la revista de ciencias naturales Kosmos con el título "Bioética: una panorámica sobre la relación ética del hombre con los animales y las plantas". Sin embargo, el trabajo fue olvidado debido al contexto social de Alemania.
Fue hasta 1960 que el concepto resurgió de las cenizas en el artículo “Bioética, la ciencia de la supervivencia”, publicado en la revista Biology and Medicine, por el bioquímico Van Rensselaer Potter. El trabajo retomó la idea de construir medios para asegurar la supervivencia de los seres que habitan el plantea.
A su vez, el autor señaló que el ser humano cambió su relación con la vida y la muerte, a consecuencia de los avances científicos y tecnológicos, por lo que era necesario un nuevo saber que cuestionara los dilemas actuales a los que se enfrenta el ser humano.
Un aspecto que la experta resaltó es la necesidad de estudiar la bioética desde una postura crítica y laica para no incluir en los estudios creencias y prejuicios. De igual forma, recalcó que la bioética ha encontrado diferentes líneas de investigación y aplicación, llevando a la reflexión dilemas ambientales y de la vida.
Bioética y moral
Con entusiasmo y precisión, la investigadora detalló la diferencia en el concepto de moral y bioética.
“La moral son las costumbres de un individuo o de una sociedad. Moral viene de la palabra latina moralisAAA, y la palabra latina, siempre que se traduce al castellano, se traduce como costumbre”. Las costumbres son elevadas a nivel de normas morales, como por ejemplo las costumbres morales propias de las religiones.
La moralidad es un fenómeno biológico con un origen evolutivo que funciona como la evolución de comportamiento, estudiado por etólogos en primates y otros mamíferos.
“Frans de Waal habla de los aspectos primigenios de la moralidad para referirse a las costumbres de muchos animales. Cuando un primate rompe esas costumbres, es sancionado y apartado. En los primates y otros animales existen normas muy claras de comportamiento y el que no las sigue es segregado del grupo”.
Bioética para la conservación
En el contexto ambiental, la doctora Rivero Weber planteó que el principal problema es la concepción que el ser humano tiene del medio ambiente. En su interpretación, resalta el valor de los trabajos de Heidegger, que ayudan a precisar en la relación del ser humano con el mundo, la cual para este filósofo no es una relación entre un sujeto y un objeto.
“Para Heidegger, yo soy un “ser en el mundo” y como tal, soy parte de esta totalidad del tejido del mundo, y tengo intimidad con el mundo que conozco. ¿Por qué conozco el mundo? Porque soy parte del mundo, porque estoy en él”.
La doctora recalcó que Heidegger pensó que la depauperación del planeta se debía a la curiosidad de los seres humanos por incidir en el mundo para comprenderlo.
“Al ver la flor y arrancarla y ver qué tiene adentro, conocerla y desmenuzarla. Ver las mariposas y ponerles un pin y hacer colecciones. A adueñarnos del mundo. Y lo que propone Heidegger es permitirse otro tipo de mirada que podría ser, por ejemplo, la mirada estética. O sea, dar un paso atrás y decir 'yo puedo contemplar esa selva y no incidir en ella, solo ver que está ahí y respetarla'”, reveló.
En esta medida, el problema del mundo es que toda su riqueza ha sido catalogada como recursos ambientales para el ser humano, como objetos útiles para el ser humano, perdiendo su valor intrínseco, convirtiéndose en un número más en la lista de lo utilizable.
Normatividad y futuro
Paulina Rivero Weber ha participado activamente en movimientos animalistas en la Ciudad de México, haciendo partícipe al conocimiento por delante de sus argumentos. En los últimos años, colaboró en la protección de animales de fauna silvestre que se encontraban en circos y ha luchado por la prohibición de importación de especies exóticas dentro de la Ciudad de México. De igual forma, comentó acerca de la necesidad de transformar los zoológicos en santuarios de fauna y flora autóctona.
“Educaríamos a la gente si nuestros zoológicos se transformaran en santuarios de la vida silvestre autóctona de cada lugar. Nos hace falta que se respete a los animales con los que nos topamos a diario: tlacuaches, cacomixtles, ajolotes y, claro, perros y gatos, la fauna con la que convivimos los mexicanos”.
La investigadora recalcó la necesidad de derribar el antropocentrismo: “Estamos acabando con el planeta. Entonces el principal enemigo del ecologismo es el ser humano mismo. Mucha gente se escandaliza cuando les digo: 'El problema es el humanismo; creer que el humano es el bien supremo'. 'Nada humano me es ajeno', dicen los humanistas. Ahí está el problema, lo que se tiene que decir es: 'Nada propio a la flora y la fauna me es ajeno, nada vivo me es ajeno'”.
Mujer filósofa
Para Rivero Weber, el ejercicio de la reflexión filosófica le ha dado la oportunidad de dialogar con colegas y estudiantes, y los grandes filósofos relevantes en su formación, como Nietzsche, Heidegger y Spinoza, autores que sentaron su filosofía de cuestionar lo impuesto y la razón.
Con entusiasmo mostró su librero ocupado con fotografías de su familia, además de un poema de Borges a Spinoza, filósofo por quien ha llegado a creer en el amor como una fuerza básica: “Creo que el amor es una de las fuerzas básicas que mueven la vida. Tal como lo pensaba Spinoza, pues el amor para él era parte de los afectos derivados de la alegría. Entonces yo creo que nos movemos entre esas dos fuerzas: atracción y repulsión, amor y odio. La envidia es una forma de odio, la felicidad por el triunfo de otro es una forma del amor”.
Ante tal perspectiva, se retoma uno de los principios básico de la bioética, el de la no maleficencia: no hacer daño. De ahí la aplicación del principio de responsabilidad, que surge como consecuencia de la reflexión de los impactos positivos y negativos provocados por el ser humano. En ese contexto, considera necesario reforzar el diálogo entre ciencia y filosofía para conjugar visiones que ayuden a encarar retos y encontrar soluciones para nuestra era.