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Pilar Luna, la arqueóloga que sobrevivió a la maldición del faraón

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Ciudad de México.- Si Pilar Luna no hubiera sobrevivido a la maldición del faraón, el país no tendría una tradición de más de 40 años de arqueología subacuática. Tal vez el cañón más antiguo de América no se hubiera recuperado de las profundidades del mar o México no habría participado en la exploración de la ciudad hundida de Port Royal, en Jamaica. Pero Pilar Luna sobrevivió a la histoplasmosis y se convirtió en la titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), cargo que ocupó por más de 37 años.

 

ilar Luna Erreguerena nació en Tampico, Tamaulipas. Estando tan cerca del mar, las olas acompañaron sus primeros pasos. A los seis años tuvo que emigrar a la Ciudad de México, pero se llevó su amor por el agua, sentimiento que nunca la abandonó.

 

Aunque amaba el agua, Pilar Luna no sabía que terminaría explorando las profundidades, de niña nunca pensó en lo que quería ser de grande, pues su familia era muy conservadora y lo natural era que la pequeña creciera para casarse y convertirse en madre. Pero conforme pasó el tiempo, el carácter de Pilar la fue alejando de la expectativa de sus padres y llegó el momento en que la joven dijo a su madre que quería trabajar.

 

Su padre había muerto y su madre sufrió mucho por la decisión de su hija, pero a los 19 años, la joven entró a trabajar de secretaria bilingüe y después se convirtió en maestra de natación.

 

Daba clases a personas de todas las edades, desde niños de dos años hasta adultos de más de 80. En aquel tiempo, una maestra de educación especial que atendía a un grupo de niños con síndrome de Down se le acercó y le comentó que los doctores decían que los niños no iban a poder aprender a nadar, pero que ella creía que lo lograrían. Le preguntó a Pilar si estaba dispuesta a intentar enseñarles y la joven aceptó el reto. Por casi 12 años, les enseñó a los niños, que aprendieron los cuatro estilos olímpicos y le sacaron más de una lágrima con experiencias que ella recuerda como maravillosas.

 

Esa misma maestra fue quien le retó a intentar lo que otros creían imposible, le insistió en que tenía que estudiar. La semilla que sembró en su mente pronto germinó y Pilar Luna entró a la carrera de antropología social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).

 

Por fortuna tuve un maestro pésimo, recuerda entre risas, que me hizo voltear a ver la arqueología, y me cambié. Ya cursando la licenciatura en arqueología fue cuando las aguas en su mente encontraron su cauce.

 

Un día, en clases, el profesor Eduardo Matos Moctezuma les habló a sus alumnos de Abu Simbel, un conjunto de templos egipcios que estuvieron a punto de quedar sumergidos bajo las aguas de una presa. Para salvar Abu Simble, un equipo internacional de arqueólogos decidió marcar y partir en grandes bloques los templos, para después reconstruirlo piedra por piedra en un sitio a salvo del agua.

 

En ese momento, Pilar Luna se preguntó ¿y qué pasa con el patrimonio cultural que ya ha quedado sumergido bajo las aguas?, ¿qué pasa con los barcos, las ciudades y los templos?

 

Terminando la clase, Pilar atravesó corriendo el Museo Nacional de Antropología hasta la biblioteca. La joven no sabía siquiera cómo se llamaba lo que estaba buscando. Pero después de revisar puñados y puñados de tarjetas y fichas bibliográficas descubrió un libro con la palabra clave: Archaeology Under Water. El libro era Arqueología bajo el agua, de George Bass.

 

“Bueno, el libro no lo leí, lo devoré. Y mi primera alegría fue saber que sí existía una disciplina que estudiaba el patrimonio cultural que estaba sumergido y que se llamaba arqueología subacuática. En ese momento me propuse dedicar mi vida a esto. Encontrar tu vocación así es un regalo de la vida”.

 

La joven estudiante no se imaginaba que pronto conocería al mismísimo doctor Bass.

 

Los primeros arqueólogos subacuáticos


Pilar Luna no podía desaprovechar un regalo así, si iba a convertirse en una arqueóloga subacuática tendría que poder bucear para llegar a sus sitios de estudio. Junto con un grupo de estudiantes consiguió clases de buceo en la Alberca Olímpica Francisco Márquez y así se creó el Grupo de Buceo Arqueológico de la ENAH.

 

Pero sus actividades de buceo se interrumpieron un tiempo, pues al terminar la carrera le asignaron un trabajo en Cancún, excavando un chultún.

 

La maldición del faraón


Un chultún es una horadación que hacían los pobladores mayas en la roca madre de la península de Yucatán. Estas cámaras, en forma de vasija, les permitían guardar grano y agua de lluvia.

 

El chultún que estudió Pilar tenía alrededor de dos metros de altura por dos metros de diámetro y una entrada estrecha, por la que la joven tenía que introducirse.

 

Antes de entrar a la cavidad, la arqueóloga pensó en los insectos y reptiles que podía encontrar dentro, pero se olvidó de los murciélagos y del guano. En las heces de estos mamíferos alados se incubaba un hongo que pondría su vida en peligro.

 

La histoplasmosis, enfermedad conocida como maldición del faraón, no tardó en presentarse. Las esporas del hongo Histoplasma capsulatum penetraron en sus pulmones, se transformaron en levaduras y comenzaron a multiplicarse. La infección se extendió y la joven comenzó a deteriorarse. Llegó a pesar 38 kilos, no tenía fuerza para realizar ninguna actividad y sus pulmones estaban llenos de cicatrices, consecuencia de la lucha que su sistema inmune estaba librando con el hongo.

 

“Cuando me vio el doctor Roberto Assael en ese estado, la vida me dio otro regalo, porque él me dijo: 'Ayúdame a salvarte'”.

 

El médico habló con los hermanos de Pilar y les dijo que le quedaba un día de vida, si en ese lapso no recibían noticias, tendrían que llamar al notario, a un sacerdote o a quien tuvieran que llamar.

 

Pero la joven luchó, siguió todas las recomendaciones y subió de peso. Después de un mes en el hospital la dieron de alta, pero le dijeron que su capacidad pulmonar quedaría un cincuenta por ciento debajo de lo normal. Aun así, la joven no pudo evitar hacer la pregunta: ¿cuándo voy a volver a bucear?

 

El doctor Roberto y Pilar hicieron un trato, cuando la arqueóloga lograra nadar mil metros el médico le dejaría ponerse un tanque.

 

"Cuando intenté nadar en verdad sentí que me moría. Roberto me dijo que sería el esfuerzo de mi vida, y lo fue", recuerda Pilar Luna.

 

Pero poco a poco logró sobrepasar la marca y llegó a nadar tres mil metros antes de ponerse de nuevo el tanque de buceo.

 

Alumna del padre de la arqueología subacuática


De vuelta en el agua, Pilar Luna no dudó en escribir una carta a George Bass, como pasante de arqueología le pedía orientación para capacitarse y formar un grupo de científicos en el área. El padre de la arqueología subacuática se conmovió tanto por la carta que decidió volar a México para dar un curso al grupo de entusiastas.

 

Al finalizar el curso, el doctor Bass invitó a Pilar Luna a trabajar unos meses con él en Turquía. La joven sabía que tendría que bucear a más de 40 metros, así que no pidió una opinión médica y fue la primera mujer latinoamericana en trabajar en una exploración subacuática con George Bass.

Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH


Pilar Luna exploró un barco bizantino, un barco helénico, una ciudad pirata hundida en Jamaica y muchos otros sitios espectaculares. Pero el 11 de febrero de 1980 aceptó una responsabilidad mayor: dirigir el recién formado Departamento de Arqueología Subacuática del INAH, promovido a subdirección en 1995.

 

Desde entonces y hasta el 16 de abril de 2017, cuando decidió retirarse, promovió el desarrollo de proyectos de investigación que le permitieran al país generar conocimiento sobre el patrimonio cultural que existe en sus mares y en sus aguas continentales. Al punto que la arqueología subacuática en México es reconocida mundialmente y punta de lanza en América latina.

 

Otro de sus principales retos ha sido la lucha contra los cazatesoros. La arqueóloga trabajó en la elaboración de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático que aprobó la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), en 2001.

 

A Pilar Luna no le faltaron intentos de soborno ni amenazas mientras era la encargada del área de arqueología subacuática del INAH. Los cazatesoros, que ella califica como gente muy hábil que se sabe mover en las altas esferas de poder, le decían que el país tiene una inmensa riqueza en oro, plata y joyas en el fondo del mar, en los barcos hundidos, que si les permitían sacarlo, le dejarían la mitad de las riquezas al país sin que tuvieran que mover un dedo.

 

Pero Pilar Luna acuñó la frase: “Nuestro patrimonio ni se vende, ni se subasta, ni se compra, ni se regala ni se malbarata”, y se rigió siempre por ella, a sabiendas de que la podrían destituir en cualquier momento.

 

Un final triunfal


Pilar Luna terminó sus funciones como titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática, pero no ha dejado de investigar. En la actualidad es la directora general del Proyecto Arqueológico Subacuático Hoyo Negro, Tulum, Quintana Roo, una exploración que ha llevado al descubrimiento de Naia, uno de los esqueletos humanos que resultó ser de los más completos y antiguos de América.

 

Naia fue una joven que tenía entre 15 y 17 años de edad cuando murió, entre 12 mil y 13 mil años atrás, que entró a una cueva cerca de lo que hoy es la ciudad de Tulum, cuando el nivel del mar era casi 100 metros menor al actual y las cuevas que hoy están inundadas, a las cuales llamamos cenotes, estaban secas.

 

Junto con Naia, se han descubierto los restos de 42 animales prehistóricos. Trece especies se han identificado de estos restos, siete de ellas extintas, como el tigre dientes de sable, el gonfoterio y el perezoso gigante; las otras, animales que aún existen, como el puma, el chancho de monte y el coatí.

 

Para Pilar Luna, este es un reto fantástico en lo que considera el final de su carrera. Un reto que no le permitirá ni un momento de distracción, porque incluso Naia ha sufrido el embate de buzos no autorizados, que alteraron el contexto arqueológico y movieron el cráneo de Naia, dejándolo al borde de un precipicio de casi 15 metros, una caída que lo hubiera destrozado por completo.

 

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