Agencia Informativa Conacyt/Mérida, Yucatán. .- Para Vera Tiesler, la bioarqueología, que se define como el estudio biocultural de restos humanos del pasado y del presente, enriquece el estudio cultural en torno al cuerpo humano gracias a que permite conocer la apariencia real de los actores humanos, más allá de las descripciones históricas y los retratos. Como disciplina, se ubica en el intersticio entre la arqueología, el estudio de la cultura material y la antropología física. Con estudios en arqueología, antropología, historia del arte, medicina y antropología física, el trabajo académico de Vera Tiesler Blos, profesora investigadora de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán (Uady) y responsable del Laboratorio de Bioarqueología e Histología de esta institución,se ha centrado principalmente en la corporeidad, la vida y la muerte entre los mayas.
Entrevistada por la Agencia Informativa Conacyt, la especialista adscrita con nivel III al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) señaló que entre la gran diversidad de aplicaciones de la bioarqueología resalta, en primera instancia, el estudio integral de restos humanos para dar una cara humana de la historia de México, en este caso, a través del estudio de los restos de sus mismos protagonistas. “Estamos utilizando restos humanos como punto de partida para reconstruir poblaciones del pasado y, a partir de ahí, conocer condiciones de vida y alimentación, enfermedades y formas de muerte, así como el embodiment, modificaciones del cuerpo para hacerse partícipes o para señalar abiertamente roles en una sociedad, como la deformación cefálica y las mutilaciones dentales que se han preservado hasta el presente”.
De acuerdo con la investigadora, aunque esto se ha estudiado desde la antropología física anteriormente, cada vez surgen más estudios realizados desde ópticas arqueológicas interesadas por lo cultural. La medicina, la odontología y la criminalística comparten no solamente algunas metas de estudio con la bioarqueología sino muchas de las metodologías. “Nos estamos moviendo en realidad en un ámbito académico multi y transdisciplinario, con conocimientos y métodos novedosos, como la aplicación de la histomorfología”, señaló la investigadora. Modificaciones cefálicas en Mesoamérica: ideología y cultura Vera Tiesler reconoce al investigador mexicano Arturo Romano Pacheco como su mentor, pues fue quien la introdujo desde la década de los noventa al campo de la bioarqueología, a través del estudio de las representaciones, los roles emblemáticos y los cimientos ideológicos de las costumbres y prácticas de modificaciones cefálicas de primera infancia en Mesoamérica.
Desde entonces ha analizado alrededor de tres mil cráneos de áreas mayas y aledañas para conocer las formas y técnicas de esta práctica. “En colaboración con colegas, encontré varias pautas que me están dando la idea de que se trata de una costumbre muy emblemática desde el Preclásico y el Clásico porque emulaban aparentemente diferentes deidades —el dios del maíz, el dios de los mercaderes, el dios viejo de Veracruz— y esto tiene mucha relevancia en la interpretación. No solo en la cultura en general sino también en materia de reconocer entes de incorporación de la ideología”, apuntó. Como parte del Laboratorio de Bioarqueología e Histología de la Uady, la investigadora ha estudiado colecciones de México, Centroamérica, Perú, Estados Unidos, Francia, África y las islas del Caribe, en colaboración con centros como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En conjunto, estos cráneos —de alrededor de 200 series esqueléticas— han permitido no solo reconocer las particularidades de la práctica en sí, sino sus diversos trayectos y los giros socioculturales y étnicos más profundos que expresan. “Para dar un ejemplo, en el Clásico Tardío y Terminal colapsan los reinos hegemónicos del mundo maya del centro del Petén. Con esto hay un reemplazo ideológico representado por Chichen Itzá con una nueva ideología muy afín, algo alineada con la del centro de México, y cambian completamente las formas cefálicas; las que antes estaban en boga desaparecen y se unifica un patrón que desde antes se conoce en el centro de México.
Es una especie de testigo del momento”, apuntó. Cuna deformadora de cráneos De acuerdo con la investigadora, en Mesoamérica existían dos técnicas principales de modificación cefálica. La más antigua es la cuna deformadora, una cuna en la que los bebés eran colocados desde su nacimiento para que su cráneo se achatara y que operaba como un “kit multiusos”, pues ahí las madres amamantaban, procuraban la higiene y resguardaban a los niños mientras trabajaban o hacían sus quehaceres. “Tener al niño en cuna tiene también un aspecto más ideológico, pues se consideraba protegido contra cualquier mal extrínseco como el 'mal de ojo' o 'vientos malignos'.
De este modo, los niños estaban mantenidos en el espacio doméstico, protegidos sobre todo, porque se pensaba que el alma, la esencia vital del niño, no estaba fija todavía y se podía volatizar en cualquier momento”, apuntó. Un área de protección era la cabeza, que se enderezaba y adaptaba en la cuna como parte de las prácticas cotidianas, como un fruto tierno al que había que darle una forma para que madure. “Interesante el dato de que los mayas piensan que los bebés no tienen todavía todas las características humanas, sino que es hasta que el 'pensamiento entra' en la cabeza —y el corazón— cuando ya se vuelven propiamente personas. Son como un fruto inmaduro”, resaltó Tiesler Blos al hablar de la concepción nativa del desarrollo infantil. Tabletas frontales, predominantes en Mesoamérica
A partir del Preclásico, la modificación cefálica se practicó además con aperos cefálicos que combinaban tabletas frontales y posteriores. En ocasiones se sumaban compresores de la coronilla, amarres superiores, o bien vendajes circulares que en conjunto con el entablaje generaban formas tubulares y reclinadas en el cráneo.
El aspecto de las formas adquirió después una importancia como emblema visible de identidad, de pertenencia de la persona. Con respecto a la noción de género, la investigadora indicó que debe tenerse en cuenta que siempre fueron las mujeres las que modificaban las cabezas de los bebés, “es decir, siempre veremos el producto femenino, y eso explica que no hay diferencia entre hombres y mujeres en cuanto a la forma”. Según los estudios realizados por la investigadora, la mayoría de las modificaciones cefálicas en Mesoamérica fueron efectuadas con tabletas para adquirir una forma tabular, salvo algunas áreas del oeste de México donde sus colegas de la Dirección de Antropología Física del INAH documentan formas artificiales en cráneos prehispánicos que fueron claramente logradas con constrictores blandos circulares. “Si bien ya no se está practicando la modificación artificial de la cabeza infantil per se, se ha suplantado o reemplazado con otras medidas que las indígenas consideran similarmente eficaces para proteger al bebé que nace en el seno del hogar“, finalizó.