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Sursum Corda. BXVI: una obra teológica para transmitir la belleza de la fe católica

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SURSUM CORDA

BXVI: una obra teológica para transmitir la belleza de la fe católica

Pbro. José Juan Sánchez Jácome

El último papa que había renunciado al pontificado, antes de Benedicto XVI, fue Gregorio XII, hace más de 600 años. A partir de este acontecimiento inesperado hemos vivido con asombro y expectación algo verdaderamente inédito para nuestra generación.
Creyentes y no creyentes fuimos sacudidos con una noticia como esta. Durante casi diez años tuvimos dos Sumos Pontífices en la Iglesia: el papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI quien, habiendo renunciado el 11 de febrero de 2013, acaba de ser llamado a la Casa del Padre.
Durante estos últimos años se mantuvo en silencio y consagrado a la oración por la Iglesia, viviendo en carne propia lo que tantas veces reflexionó cuando señalaba que: “La teología auténtica se hace de rodillas, con fe”. Una de sus grandes pasiones fue precisamente la teología, su labor académica, que llegó a convertirse en su gran vocación, pero vivida siempre como una expresión de su fe, de su amor a la Iglesia y de su profunda relación con Dios.
En su residencia del Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano fue acariciando el misterio de Dios. Por eso tenía la convicción de expresar con esperanza: “No me preparo para un fin, sino para un encuentro”. Y en su testamento espiritual se despedía también con estas palabras: “Hoy dejo de hablarle a ustedes de Dios para hablarle a Dios de ustedes”.
Durante su periodo como papa emérito nos siguió sorprendiendo eventualmente con sus reflexiones y entrevistas en las que nos volvía a cautivar y enamorar con la profundidad y belleza de su pensamiento, así como con su sabiduría y humildad. Es como si hubiera detectado la necesidad que nuestro pueblo tenía de verlo y escucharlo para confirmarnos en la fe y animarnos con sus enseñanzas, en los tiempos turbulentos que seguimos atravesando.
Un maestro del espíritu, como Benedicto XVI, tiene la capacidad de conducirnos al misterio y de referirse incluso con la novedad del Espíritu a situaciones ordinarias. Recuerdo que cuando se propuso felicitar al papa Francisco que cumplía, en 2017, 65 años de sacerdocio, sus palabras tuvieron el potencial de trascender ese acontecimiento particular. En esa ocasión, Benedicto XVI le decía al papa Francisco: “Más que en los Jardines Vaticanos con su belleza, Su bondad es el lugar en el que habito: me siento protegido”.
Tuvo la sabiduría, la profundidad intelectual, la capacidad académica y la humildad evangélica para argumentar y reflejar la belleza de la fe cristiana. Cuando alcanzó la cumbre de la palabra proyectando la altura del pensamiento cristiano, lo atacaron con la bajeza de planteamientos ideológicos y totalitarios.
Resulta sorprendente y estimulante constatar que las redes sociales se han saturado de sus reflexiones infinitas, rescatando su obra teológica que prácticamente ya es enciclopédica. Porque ha trascendido como un maestro del espíritu, entre nuestro pueblo es considerado no sólo un santo sino un doctor de la Iglesia. Se dijo de Juan Pablo II y ahora también de Benedicto XVI, inmediatamente después de su muerte: “Santo subito” (santo ya).
Con su pensamiento y contribuciones teológicas tenemos un camino señalado para seguir defendiendo el plan de Dios frente al relativismo y la tiranía del pensamiento totalitario, delante de los cuales presentó una fe siempre en diálogo con la razón y con el mundo.
Ciertamente sentimos la fuerza despiadada de la ideología y los ataques virulentos del pensamiento oficial, pero con la obra teológica y enciclopédica de Benedicto XVI contamos con un tesoro inapreciable para enfrentar los desafíos y la complejidad cultural.
Dedicó gran parte de su obra teológica a enfrentar las repercusiones de la modernidad y la complejidad cultural en la vida de la Iglesia y en la comprensión de la fe. Por eso, su magistral exposición y defensa del pensamiento cristiano lo llevó también a enfrentar las banalizaciones del culto para devolver la dignidad a la liturgia y así tocar el misterio, especialmente, en la celebración de la santa misa.
Para Benedicto XVI el oscurecimiento de Dios en la liturgia es la raíz de la crisis actual en la Iglesia. En el prefacio a una nueva edición rusa de su libro Teología de la Liturgia, asegura que un malentendido generalizado de la reforma litúrgica llevó al hombre a colocar su propia actividad y creatividad en el centro del culto.
Señala que la Iglesia vive de la correcta celebración de la liturgia, por lo que si la preeminencia de Dios ya no es evidente en la liturgia y en la vida, entonces la misma Iglesia está en peligro.
Su pasión como académico no consiste simplemente en dedicarse a la teología, sino plantearse la cuestión fundamental de cómo hablar de Dios en un mundo como el nuestro, sumido en una crisis antropológica como la que estamos enfrentando. Por eso, su obra nos anima y fortalece para hacer presente el evangelio en otros areópagos como él lo hizo en: centros culturales, universidades, parlamentos, instituciones internacionales y medios de comunicación. De ahí que Olegario González de Cardedal, teólogo español y amigo de Benedicto XVI, se refiera a él como “un hombre ilustrado en el sentido nobilísimo del término”.
En su obra se percibe incluso su convicción de transmitir en toda su plenitud la belleza de la fe católica, la belleza de ser cristiano. Por eso, nos exhortaba a implicarnos de tal manera que el cristianismo no pierda esa capacidad de fascinación que ha tenido. Más que un ejercicio dialéctico se trata entonces de mostrar la belleza de la fe, hacer emerger esta fascinación del cristianismo.
«El cristianismo no es obra de persuasión, sino de grandeza». Con este pensamiento de san Ignacio de Antioquía, Benedicto XVI indicaba a los obispos suizos (9 de noviembre de 2006) el punto clave, en el cual reside, para él, el reto formidable de la nueva evangelización. La dificultad mayor, a la cual nos enfrentamos en la obra educativa, no es tanto el no hacerse entender, sino más bien, aquella de perder la grandeza inicial que el cristianismo propuso con estupor.
Esta capacidad de fascinación del cristianismo va de la grandeza de su pensamiento a la oración que tiene que ser nuestra primera forma de reaccionar y estar frente a las dificultades, a ejemplo de las primeras comunidades cristianas: “Se observa una actitud subyacente importante: ante el peligro, la dificultad, la amenaza, la primera comunidad cristiana no trata de hacer un análisis sobre cómo reaccionar, encontrar estrategias de cómo defenderse a sí mismos, o qué medidas tomar, sino que ante la prueba empiezan a rezar, se ponen en contacto con Dios...” (Audiencia general, 18 de abril de 2012).
Que las palabras que dedicó a los obispos españoles en el 2006 nos motiven también a nosotros cuando sintamos la dureza e irracionalidad de los ataques ideológicos contra la fe, la Iglesia, la vida, el matrimonio y la familia: “Han salido a defender la fe de los sencillos, y Dios se los pagará”. Que nunca claudiquemos en nuestra misión y que con entusiasmo y humildad, a ejemplo de Benedicto XVI, defendamos la belleza del plan de Dios.

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