SURSUM CORDA
“Joseph Ratzinger nunca pensó ser más sabio que la Tradición”
Pbro. José Juan Sánchez Jácome
George Weigel decía en una entrevista reciente que “Joseph Ratzinger nunca pensó ser más sabio que la Tradición... Entendía, y Juan Pablo II también, que ambos eran servidores de esa Tradición. Ahora bien, ser un buen servidor significa ayudar a la Tradición a desarrollarse, para que la Iglesia llegue a una comprensión más profunda de esas verdades establecidas”.
Posiblemente esto lo aprendió en el ambiente académico de Munich, especialmente de su director de tesis doctoral, Gottlieb Clemens Söhngen, de acuerdo a una interesante anécdota que recuerda. Ante las consultas sobre la definibilidad dogmática de la Asunción de María, el profesor Söhngen se pronunció decididamente en contra. Cuando le preguntaron qué haría, si de todos modos fuera declarado solemnemente ese privilegio de la Madre de Jesucristo, respondió:
“Si el dogma es proclamado, me acordaré de que la Iglesia es más sabia que yo y que tengo más confianza en ella que en mi erudición”. Observa a continuación Ratzinger: “Creo que esta escena lo dice todo sobre el espíritu con que se hacía teología en Munich, de forma crítica pero creyente”.
Quizá este es el drama del modernismo y de las corrientes que se siguen refiriendo con desprecio a la tradición, sin reconocer que en las raíces hay seguridad, futuro, alegría y esperanza, como destaca Gustav Mahler: “La tradición es la garantía del futuro, no es una pieza de museo”. También señalaba que: “La tradición es la transmisión del fuego y no la adoración de las cenizas”.
Juan de Salisbury refiriéndose a su maestro comenta en el Metalogicon de 1159 (III, 4): “Decía Bernardo de Chartres que somos casi enanos, sentados sobre la espalda de gigantes. Vemos, pues, más cosas que los antiguos, y más alejadas, no por la agudeza de nuestra propia vista o por la elevación de nuestra talla, sino porque ellos nos sostienen y nos elevan con su estatura gigantesca”.
Cinco siglos después Isaac Newton planteará prácticamente lo mismo: “Si he logrado ver más lejos ha sido porque he subido a hombros de gigantes”.
Estas expresiones se relacionan con personas que alcanzaron la fama y el prestigio. A pesar de las cumbres a las que llegaron reconocieron las bases de su vida y el conocimiento precedente sin el cual es imposible seguir desarrollándose.
El hombre medieval se muestra orgulloso de su labor de continuación del mundo antiguo, respetado en todo momento por lo lejos que llegó, pero al que se puede superar porque es posible ver más allá, siempre apoyándose en él.
Nuestro avance se debe al pasado, al gigante sobre el que nos sentamos. Podemos avanzar y progresar porque estamos parados en un fundamento sólido que nos ha dado la Tradición, la cual genera rumbo y un profundo sentido de la vida.
El drama de nuestros tiempos es no querer subir a esos hombros pensando que a ras de piso lograremos más que ellos. La desvinculación se va convirtiendo penosamente en un ideal y logro de esta modernidad perversa que desprecia la gloria del pasado. De esta forma se desprecia la tradición y todo lo que hemos recibido de aquellos que nos precedieron, pensando que es obsoleto y anticuado.
Este ha sido uno de los baluartes de nuestra civilización cristiana que se comienza a desmoronar desde el siglo pasado. Vemos con sospecha y hasta con desprecio a los antepasados, aunque aprovechamos su cultura, su conocimiento y las bases que nos dieron. Lamentablemente no es un asunto de particulares sino de una ideología que genera actitudes rabiosas hasta en los políticos y gobernantes, como viene sucediendo en México a propósito de los 500 años de la conquista. El asunto se hace todavía más complejo cuando en la misma Iglesia se desprecia la tradición.
Frente al modernismo y las nuevas ideas decía Benedicto XVI: “No debemos olvidar nunca que la Palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y van. Lo que hoy es modernismo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el contrario, es palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Por tanto, al llevar en nosotros la Palabra de Dios, llevamos la vida eterna”.
Por su destacada defensa de la tradición lo atacaban de ser duro, conservador e intransigente. Mons. Georg Gänswein, su secretario personal que lo acompañó hasta el momento de su muerte, recuerda una reunión siendo Ratzinger prefecto de Doctrina de la Fe, con muchos clérigos italianos que hablaban muy rápido, fuerte y gesticulando, incluso airados, con la ventaja de usar su idioma nativo. Ratzinger buscó pasar del tono al contenido. Simplemente dijo: “Los argumentos son convincentes o no son convincentes; el tono puede ser molesto o útil. Sugiero que nos ayudemos a bajar el tono y fortalecer los argumentos”.
El tema de la tradición es ampliamente desarrollado por San Vicente de Lerins quien sostiene: “Conserva el depósito, “lo que se te ha confiado”, exhorta San Pablo a Timoteo. ¿Qué es un depósito? Es lo que te ha sido confiado, no encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias fuerzas. No es el fruto de ingenio personal, sino de la doctrina; no está reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública. No salió de ti, sino que a ti vino: a su respecto, tú no puedes comportarte como si fueras su autor, sino como su simple custodio. No eres tú quien lo ha iniciado, sino que eres su discípulo; no te corresponderá dirigirlo, sino que tu deber es seguirlo. Guarda el depósito, dice San Pablo, es decir, conserva inviolado y sin mancha el talento de la fe católica. Lo que te ha sido confiado es lo que debes custodiar junto a ti y transmitir. Has recibido oro; devuelve, pues, oro. No puedo admitir que sustituyas una cosa por otra”.
Y en otra parte complementa: “Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en la Iglesia de Cristo? Ciertamente que debe haber progreso, ¡y grandísimo! ¿Quién podría ser tan hostil a los hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo? Pero a condición de que se trate verdaderamente de progreso por la fe, no de modificación. Es característica del progreso el que una cosa crezca, permaneciendo siempre idéntica a sí misma; es propio, en cambio, de la modificación que una cosa se transforme en otra. Así pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría, tanto de la comunidad como del individuo, de toda la Iglesia, según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda exactamente según su naturaleza peculiar, en el mismo dogma, en el mismo sentido, según una misma interpretación”.
Con su tradicional estilo Chesterton llegaba a decir que: “Tradición significa dar votos a la más oscura de todas las clases, nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos. La tradición se niega a someterse a la oligarquía pequeña y arrogante de aquellos que simplemente andan por allí caminando”.