Armando Bonilla/ Agencia Informativa Conacyt/ Ciudad de México.- Luego de 40 años de trayectoria profesional y tras la obtención de 17 patentes —15 más en trámite— y la producción de una serie de antivenenos que son usados en México, Estados Unidos, África y Medio Oriente, Alejandro Alagón Cano fue nombrado investigador emérito por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
En el interior de ese gran investigador en que se ha convertido, se encuentra un pequeño niño al que su madre le leía Cazadores de microbios, fomentando así el deseo de convertirse en científico; en aquella época, no importaba en qué disciplina, solo importaba convertirse en científico. Ese deseo era alimentado también por su padre, quien siempre le contó que durante su infancia conoció al prestigiado investigador Santiago Ramón y Cajal.
“Ninguno de mis papás tuvo la fortuna de ser profesionista, pero mi mamá —que aún vive— es una mujer inteligentísima, creció en un rancho y siempre dijo que le hubiera gustado ser bióloga, así que tenía varios libros que nos leía a mi hermano y a mí, recuerdo Cazadores de microbios, un libro que nos leía antes de dormir. Mi papá fue un exiliado español de un pueblo llamado Ayerbe, de donde es originario Ramón y Cajal, notable investigador al que conoció y del que siempre nos habló”.
Esas anécdotas con sus padres son las que despertaron en Alejandro Alagón el deseo de convertirse en científico y hacer investigación; sin embargo, fue hasta que cursó la preparatoria que decidió que sería a través de la medicina que buscaría su camino como científico. Una vez tomada esa decisión, se incorporó a la Facultad de Medicina de la UNAM, donde cursó la carrera con éxito.
Posteriormente, realizó una maestría y doctorado en investigación biomédica básica, ambos grados en la UNAM. Asimismo, hizo un posdoctorado en la Universidad Rockefeller, en Estados Unidos. Previo a ello, durante la carrera, al entonces joven se le presentó la oportunidad de impartir clases, primero como ayudante de profesor de bioquímica, esto es, impartiendo clases de laboratorio y eventualmente frente a grupo.
Un reto que definió su camino
Esa oportunidad para hacer investigación, que le llegó de la mano del doctor Lourival Possani, también le abrió las puertas para realizar una estancia en la Universidad Rockefeller, ya que su mentor le planteó un reto.
“Cuando me sumé a su laboratorio, con la intención de realizar trabajo experimental, el doctor Possani me dijo: ‘Mira, si purificas una toxina de alacrán, te mando a la Universidad Rockefeller para que definas su composición y secuencia de aminoácidos’. Seis meses después estaba yo haciendo investigación allá”.
Para cumplir esa meta, el doctor debió poner en pausa durante todo un semestre su carrera de medicina; no obstante, asegura que nunca se arrepintió de esa decisión, pues la experiencia le sirvió para entender no solo que tenía la capacidad de realizar investigación al mismo nivel que se hacía en las universidades más prestigiadas del mundo, sino que le encantaba la labor de científico.
A su regreso, se trazó la meta de concluir la carrera, continuar en la impartición de clases y mantenerse en el quehacer científico, a través del laboratorio del doctor Possani, para después cursar la maestría y doctorado, todo con miras a consolidarse como investigador en ciencias biomédicas.
De niño cazador de microbios a investigador
Al concluir su formación académica —licenciatura, maestría y doctorado—, su transición al mundo laboral se dio de manera muy natural, pues en aquella época no había dificultades para acceder a una plaza, así que fue invitado por el doctor Francisco Bolívar Zapata a colaborar en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, ahora conocido como Instituto de Biotecnología.
Aun cuando eso sucedió a su regreso de la Universidad Rockefeller, su incursión en el quehacer científico formal inició desde la carrera, incluso previo al proyecto que se le planteó para purificar la toxina de alacrán; no obstante, sí fue ese trabajo el que marcó el inicio de su línea de investigación más importante y que a la larga le daría grandes frutos.
“Mi primer proyecto consistió en purificar la toxina de un alacrán de Brasil —de donde es originario el doctor Possani—, aprendí cómo hacer cromatografía y logré purificar la principal toxina que afecta a los mamíferos, presente en el veneno del animal. Esa misma toxina la llevé a mi estancia en la Universidad Rockefeller, donde identifiqué que no estaba completamente pura y con base en metodologías más avanzadas logré separar por completo la toxina, así como definir su composición de aminoácidos y la secuenciación de proteínas presentes”.
Pese a que este proyecto lo desarrolló cuando todavía era estudiante de licenciatura, los importantes resultados obtenidos le valieron su primera presentación en un congreso internacional y también derivaron en su primera publicación. Esa situación lo motivó al punto de dar continuidad al tema durante su maestría, en la que caracterizó las toxinas del alacrán brasileño con diferentes perspectivas, de ese trabajo se desprendieron seis artículos científicos arbitrados.
Al concluir la maestría y decidirse a realizar un doctorado, caracterizó el veneno del llamado lagarto de cuentas, primo hermano del monstruo de Gila (Heloderma suspectum). El siguiente paso académico fue un posdoctorado, durante el cual trabajó con el veneno de las avispas para identificar las toxinas que causan alergias en las personas picadas y se involucró ligeramente con algunos venenos de serpientes.
Una vez que se insertó en el campo laboral, siguió caracterizando venenos pero ya no solo desde el punto de vista básico, sino que trató de entender sus mecanismos de acción, es decir, por qué causan daño a las personas mordidas o picadas, y también definir los componentes que verdaderamente son tóxicos para los seres humanos.
“Este enfoque es importante porque identificar las toxinas que afectan a los seres humanos permite producir antivenenos poliespecíficos, es decir, para varias especies de un tipo de animal. Imaginemos el siguiente escenario: una persona que es picada por un alacrán —existen varias especies de alacranes peligrosos— no puede ser tratada con un antiveneno específico, porque al llegar a un hospital difícilmente podrá decir exactamente qué especie la atacó”.
A partir de ese enfoque, el trabajo actual del investigador radica en entender cómo se absorbe el veneno del sitio de la picadura o mordedura hacia el resto del cuerpo de la víctima y luego cómo ocurre la neutralización, la interacción del antiveneno con los componentes del veneno en el cuerpo de la víctima, para lo cual hace uso de un modelo animal (con borregos).